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CBianchiRoss/Vida y Obra

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Carta a profundos habaneros

Carta a profundos habaneros

 Laidi Fernández de Juan,

Las  cien ilustraciones   y las  correspondientes anotaciones históricas que aparecen en Viendo La Habana pasar, del dibujante Evelio Toledo y el periodista Ciro Bianchi Ross respectivamente, constituyen una verdadera joya que regala Ediciones BOLOÑA, perteneciente a Publicaciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Quienes tuvimos el privilegio de asistir al lanzamiento de tan excelso libro, escuchamos la intervención que  ofreciera esa figura tan fuera de todo intento de encasillamiento que responde al nombre de Eusebio Leal.  A través de ella, además de impresionarnos con la maravilla de su oratoria, el Historiador de esta ciudad hizo la siguiente observación: Existe más de una Habana.

La frase, en apariencia sencilla, encierra todo el lapidario conocimiento de una persona que ha dedicado más de la mitad de su vida al rescate material, espiritual, histórico y  social de la ciudad que tantas veces ha sido elogiada, maltratada y vuelta a querer: La Habana. Nadie como él para hacer el elogio del libro que considero el mejor regalo de la temporada. 

En primer lugar, es menester ensalzar el cuidado que en general tiene  Ediciones BOLOÑA. Desde sus inicios, destacan el esmero y  el buen  gusto de dichas  publicaciones. Viendo La Habana pasar, de la colección Cornucopia, contó con el diseño de Jorge Martell y el oficio de la experimentada editora Iris Cano, cuya profesionalidad es ya proverbial. El resultado de dicha combinación es la hermosura impecable que el público no tardará en difundir.

 Luego de la impresión casi paralizante  que causa tanta exquisitez reunida en un solo objeto, en este caso, el  libro-catálogo, nos adentramos en el deslumbrante mundo que los dibujos de Toledo conforman. Arrastrando un hábito desvergonzadamente  infantil , es la visión de partes habaneras (Los Castillos, Las Plazas, Los Palacios, Los Monumentos , y también El Túnel, El Malecón, Coppelia, La esquina de Tejas, y muchos más hasta llegar a cien),  lo que ocupa nuestra primera atención. Es así el  orden: El disfrute visual de las imágenes que nos sorprenden por la precisión y la meticulosidad de los trazos, roba un poco de tiempo a la lectura de las palabras. Acto seguido, y ya con los retratos pintados  en nuestras mentes, recorremos nuevamente las páginas, para aprehender la historia que tiene para contarnos el maestro Ciro Bianchi Ross. En esta segunda lectura nos concentramos en los textos, siempre de cinco líneas, como  un pentagrama que explica en teoría la melodía que ya habíamos escuchamos en la práctica, o como diría un joven actual, en la vida real.

Estas anotaciones, breves pero reveladoras, precisas y amenas, ofrecen la información justa que se necesita para la ubicación temporal de la obra arquitectónica que estamos presenciando. Nada queda fuera de lugar ni de época en la medida en que se recorren las ubicaciones que ambos artistas, el dibujante y el historiador, seleccionaron  para esta entrega. Cada lector o lectora, una vez concluido el camino de las páginas ilustradas, acude a su propia memoria afectiva, y queda sumergido(a)  en el recuerdo de lo ya conocido, o el disfrute de lo recién aprendido.

¿Será posible atrapar a La Habana en cien dibujos, e historiarla mediante quinientas líneas?    Claro que no, pero siendo como es nuestra ciudad  un hervidero en constante ebullición, donde la historia de ayer apenas deja espacio al suceso actual que a su vez es ya pasado, donde la añoranza se mezcla con el necesario deber de protegerla, es loable el intento de mostrarla tal cual es. Nadie es  capaz de encerrar ni a La Habana ni a ninguna otra capital universal. Ni en fotos, ni en textos, ni en dibujos ni con palabras puede sentirse el clamor de los lugares, pero el acercamiento que logran los autores de  Viendo La Habana pasar, bien merece nuestro más encendido aplauso. Harta de la visión turística que muchos dedican a expandir, felicito  a quienes muestran su gran respeto por La Habana a través de la autenticidad sobrecogedora y el amor que se respiran en las páginas de este libro. Y me apunto a  la aseveración que hiciera Leonardo Padura en su reciente volumen La memoria y el olvido: “:…La Habana somos también cada uno de los habaneros…” (p.31), porque considero que además de exigir el cuidado del pedazo de planeta que nos tocó en gracia habitar, hay que mostrar un poco de humildad reverenciando a  aquellos que intentan  mejoramientos de todo tipo a través del empeño de su arte, y en algunos  casos, como es el de Eusebio Leal, con la entrega de toda la fuerza vital. 

 

Cubaliteraria, marzo, 2012.

 

 

La Habana recordada

La Habana recordada

Susadny González Rodríguez


El periodista Ciro Bianchi y el dibujante Evelio Toledo nos regalan,
en su libro Viendo La Habana pasar (Ediciones Boloña), una Habana
mezclada, que desafía al tiempo con sus luces, y sus sombras. Esa otra
urbe de a pie que recorre, descubre a diario, y esboza el artista “con
mirada casi fotográfica”...

Como diría el historiador Eusebio Leal, durante la presentación del
volumen, en Viendo La Habana pasar hay dos obras que se
compatibilizan: la del periodista Ciro Bianchi y el dibujante Evelio
Toledo.


No le falta razón al escritor Leonardo Padura cuando dice que La
Habana, como pocas ciudades del mundo, suele ser vista por sus
prejuiciados tópicos de antemano establecidos. A riesgo incluso de
ignorar lo esencial de ella.

Sin pretenderlo, ¿o proponiéndoselo acaso? el periodista Ciro Bianchi
y el dibujante Evelio Toledo trascienden esa mirada preconcebida,
retórica y excluyente del drama cotidiano que se lleva el foráneo tras
su ejercicio turístico de “conocerla”; y nos regalan, en su libro
Viendo La Habana pasar (Ediciones Boloña), una Habana mezclada, que
desafía al tiempo con sus luces, y sus sombras. Esa otra urbe de a pie
que recorre, descubre a diario, y esboza el artista “con mirada casi
fotográfica”.

La Catedral, el conjunto más armonioso de la ciudad colonial; el
edificio de la Lonja del Comercio, considerado nuestro primer
rascacielos; el palacio del Segundo Cabo, otra de las grandes
expresiones del barroco cubano, por solo mencionar algunos, se funden
con la llamada esquina del pecado (intersección de Galiano y San
Rafael), la Reina de las calles, el puente Almendares, y así hasta
completar cien dibujos.

Toledo retoma la tradición, postergada en nuestra prensa, del grabado.
A pluma alzada y en trazos elementales, proyecta la elegancia e
historia, captada en sus andanzas, de la esquina más olvidada o el
paraje más recóndito de una Habana decadente y resucitada.

Pero, como diría el historiador Eusebio Leal, hay aquí dos obras que
se compatibilizan. La del ilustrador, y la que nos propone ese
proverbial cubano que es Ciro Bianchi, escrita con sentido campechano
que indica bonhomía, cercanía, cordialidad.

Qué envidia (sana) produce el enfrentarse a tan poderosa, magistral
capacidad de síntesis, la misma que contrasta con el retrato al estilo
de la exquisita crónica social de antaño. Qué sensación apoteósica del
recreo y el conocimiento unido invaden ante ¡5 líneas! (a modo de pie
de foto) que te trasladan hasta el sitio descrito con adjetivo
puntual. Mientras te sorprendes del dato aprendido.

Viendo La Habana pasar es el “sentimiento ilustrado” de un artista, el
testimonio a palabra viva del cronista, todo nacido del instinto y
condición de sentirse habaneros. Palpita La Habana en estas páginas,
cual postal en su honor para que el tiempo y la desidia moral de
quienes la habitan no se traguen su historia.

Fecha de publicación 20/02/2012

Ciro Bianchi y el periodismo coloquial

Ciro Bianchi y el periodismo coloquial

Leonardo Depestre Catony

Quizá el especialista objete el título de este comentario. ¿Periodismo coloquial? Pero como tal denominaría el periodismo que Ciro Bianchi ejerce en la prensa impresa. También pudiera de él decirse que es uno de los periodistas más populares del país, uno de los más leídos, amenos y mejor documentados. Todo lo cual reafirma su condición de maestro del periodismo cubano de divulgación cultural.

El manejo de la información, su dosificación, el uso del lenguaje, el sentido del humor y el estilo conversacional —se le lee como si se le escuchara— convierten la prosa de Don Ciro en una lectura tonificante, que se agradece y enriquece el acervo cultural del lector, en especial cuando se refiere a asuntos en que se entretejen historia y leyenda, aquellos en que la duda aparece y la diversidad de los datos y las fuentes requieren del comentario esclarecedor.

Sin embargo, ¿qué suele haber detrás de quien así escribe? Pues cultura, investigación minuciosa, honestidad, buen tino y concepto del periodismo como servicio a la memoria de los pueblos. Quien escribe y es leído con interés tiene sobre sí el peso de una enorme de responsabilidad, que Ciro Bianchi asume con criterio abierto a la polémica y el intercambio, de lo cual doy fe.

Resultado de investigaciones y experiencias personales son varios de sus libros, porque el primero de ellos data de 1983 y se titula Las palabras de otro.  Desde entonces, su producción ha dado a la luz alrededor de 15 volúmenes, entre los que cito Un hombre en la noticia (1990), Tras los pasos de Hemingway (1993), Oficio de intruso (1999), Memoria oculta de La Habana (2005),  Asedio a Lezama Lima y otras entrevistas (2009), Así hablaba Lezama Lima (2011)… En torno a la personalidad del autor de Paradiso tiene Bianchi otros textos, compilados por él, de los que suelen perseguir los lectores: Como las cartas no llegan, de José Lezama Lima, Lezama disperso y Diarios, publicados en ocasión del centenario de este.

Pero más allá de periodista y de escritor, Bianchi es un promotor cultural que disfruta la comunicación a través de la palabra: desarrolla así un proyecto del cual no se habla lo suficiente y lleva un nombre significativo: La Guayabera, en la ciudad de Sancti Spíritus, pues Ciro es de quienes asumen la guayabera como prenda nacional y con ella como pretexto emprende un programa de reanimación cultural a nivel comunitario, con todo cuanto lleva implícito: el rescate de tradiciones locales, el trabajo con niños y jóvenes, la consejería sobre asuntos sociales.

La radio, la televisión y la prensa plana recogen asiduamente el quehacer de Ciro Bianchi, quien se inició en estos empeños a la edad de 17 años, en el diario El Mundo y de entonces acá no se ha detenido nunca a calcular los miles de artículos, entrevistas, crónicas y demás que debe de haber publicado. Reportero de la agencia Prensa Latina desde 1972 y columnista del periódico Juventud Rebelde desde hace algo más de una década, tampoco le fue ajena la docencia, pues entre 1988 y 1993 se desempeñó como Profesor Adjunto de la Universidad de La Habana en la asignatura Géneros periodísticos, y aunque quien escribe no fue su alumno es fácil imaginar cuán grata debe de ser la huella dejada en quienes sí lo fueron.

Conversador ilustrado y sencillo, periodista y escritor, gentilhombre de la cultura, galardonado con el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí en 1992, y con el Premio Nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro por la obra de su vida en 1999, entre otras distinciones, a Ciro Bianchi, habanero y cubano nacido el 31 de octubre de 1948, se le saluda en su cumpleaños desde este espacio digital de CubaLiteraria. ¡Felicidades, maestro!

 

Contar a Cuba

Contar a Cuba

La Editorial capitán San Luis nos hace entrega de esta joya de la Historia de Cuba contada por Ciro Bianchi Ross. Los géneros periodísticos predilectos de este “maestro de la pluma y el gracejo criollo son la crónica y la entrevista”. Aunque La Habana es su personaje preferido aquí nos deja conocer y disfrutar de crónicas históricas tanto sobre los detalles de la muerte de José Martí como de los pormenores de la entrada en La Habana de Fidel Castro o las particularidades de los golpes de estado en la república, entre otros.

 

Es puente de unión entre los cubanos (no importa donde vivan). Ojo avizor y penetrante que visualiza  —como pocos— la esencia misma de la historia de Cuba.

Miguel Barnet

 

Su manera exhaustiva de investigar llena los agujeros negros de nuestra memoria y enriquece enormemente los conocimientos históricos, particularmente los de una historia no contada.

Jaime Sarusky

 

Cuando habla de sucesos tan lejanos, resulta tan convincente que parece haberlos vividos. Por eso siempre digo que el verdadero Ciro Bianchi Ross tiene más de 120 años.

Norberto Codina

 

Tiene olfato de investigador, pero también posee el oído del narrador, y esta jugosa combinación le permite construir su escenario de una manera que sus historias enseñan, y también deleitan.

Nara Araujo

 

Probablemente sea el periodista más leído en Cuba gracias a sus magistrales, amenas, pintorescas y extraordinariamente cinematográficas crónicas de la historia cubana.

Gina Picart

Dedican a Ciro Bianchi Ross el espacio El Autor y su Obra

Dedican a Ciro Bianchi Ross el espacio El Autor y su Obra

Por Jesús Dueñas Becerra

Si este homenaje es solo por trabajar; ¡bienvenido sea!
Ciro Bianchi Ross

 El multilaureado escritor y periodista Ciro Bianchi Ross (La Habana, 1948), uno de los pilares fundamentales del periodismo literario en Cuba, fue el invitado de honor al espacio El Autor y su Obra que, auspiciado por el Instituto Cubano del Libro (ICL), tuvo lugar este miércoles en la Biblioteca Pública Rubén Martínez Villena, en el Centro Histórico de la Ciudad de La Habana.

En ese contexto, se reseñó que el también columnista del periódico Juventud Rebelde es el autor de una amplia bibliografía, que recoge compilaciones de sus entrevistas, reportajes y crónicas, sobre todo las que escribe para la edición dominical del diario de la juventud cubana, y que los lectores devoran con avidez cognoscitiva y espiritual.


Entre sus muchos títulos publicados, se incluyen: Las palabras de otro, Voces de América Latina, Un hombre en la noticia, García Lorca: Pasaje a La Habana, La oreja de Dios, Así como lo cuento, Memoria oculta de La Habana y Yo tengo la historia.

Bianchi Ross se ha consagrado durante décadas a la investigación de la vida y la obra del poeta, escritor y periodista, José Lezama Lima (1910-1976), a quien califica —con sobrada razón— como uno de los mejores novelistas de todas las épocas y de todos los tiempos

Por otra parte, ha compilado y prologado —entre otros textos del autor de Paradiso— los volúmenes Imagen y posibilidad, Como las cartas no llegan, Diarios y Lezama disperso.

Entre otros reconocimientos, ha sido distinguido con el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí (1992), y el Premio Nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro (1999).

Ciro Bianchi Ross interactuó con los participantes en el homenaje que se le tributara, y les relató chispeantes anécdotas y vivencias personales, íntimamente vinculadas a su fecundo quehacer periodístico-literario en el archipiélago cubano durante más de cuatro décadas.

Por último, se despidió del auditorio con una de sus frases antológicas: me considero un ser humano sencillo y humilde por naturaleza, y de acuerdo con mi filosofía de la vida, la suerte hay que hacerla y las oportunidades —cuando se dan— hay que aprovecharlas.

La Habana (16-marzo-2011)

Asedio a Lezama: ¿asedio a mí misma?

Asedio a Lezama: ¿asedio a mí misma?

María Antonia Borroto Trujillo

 

Justo al elegir una entrevista para algún concurso, me pregunto una y otra vez cuál considerar la mejor. Tarea difícil tratándose del trabajo propio, y más engorroso aún cuando se trata del ajeno. ¿Qué hace a la buena entrevista? ¿La elección del entrevistado? ¿La pertinencia del tema? ¿La pericia para lograr la declaración única y despampanante? La posible respuesta afirmativa a cada una de estas interrogantes deviene nuevo amasijo de dudas: ¿qué es seleccionar bien al entrevistado? ¿En virtud de qué criterio: de las misteriosas —o quizás no tanto— simpatías personales o guiados por razones muy profesionales, lo que casi siempre quiere decir pragmáticas?

Cada día me resulta más difícil responder a cualquiera de ellas. Y supongo que cualquier avezado entrevistador sentirá igual zozobra a la de esta neófita, que a la larga termina por aludir al misterio de la charla, a esa rara comunión que desde la mágica distancia —ni el desconocimiento a ultranza, ni la excesiva participación—, hace única e irrepetible cada entrevista.

El género, que también es acto y potencia a un tiempo, comparte las características del I-chi y de cualquier técnica adivinatoria: cada golpe de dados traza una línea en la vida de quien comparece, estableciéndose siempre de un antes y un después. Pero no solo eso: posteriormente el mismo golpe ya no será igual: algo secreto e intangible varía en la disposición de las cosas, incluido el adivinador-entrevistador. Algo secreto e intangible: en unos casos, la disposición de los astros o el flujo de energía; el estado de ánimo y también el flujo de energía, en los otros. Lo cierto es que nunca nada vuelve a ser igual y que, por tanto, no existe la entrevista definitoria ni definitiva: cada una es un trozo de vida, testimonio del ser y el sentir de una persona en un momento determinado de su existencia.

Eso, magníficos trozos de vidas magníficas son las conversaciones reunidas en Asedio a Lezama y otras entrevistas, de Ciro Bianchi Ross. La expresión trozos de vida no es mía, sino del propio Ciro refiriéndose a la plática con Loló de la Torriente, en la que confiesa una usual decepción en los entrevistadores que publican en medios impresos: “la imposibilidad de trasmitir la chispa y la gracia de Loló, el trozo de vida que palpitó en la conversación que sostuve con ella”.

La entrevista a Loló fue, de hecho, una de las que más disfruté. Me sirvió para sentirla más cercana y vívida, y junto a ella, a los muralistas mexicanos, el ambiente tremendo de la segunda década del siglo XX y su casa: la descripción de los objetos muestra, tanto como las palabras, la hechura de su dueña. Igualmente me llama la atención, en esta y las restantes, la forma de introducir los datos biográficos de los entrevistados, no en la típica y cómoda —lo digo por experiencia propia— síntesis en texto aparte, sino como parte del todo indivisible que es la entrevista. No incomodan, aun cuando se conozcan los interlocutores, los prolijos datos, complemento indispensable de la charla.

Aún cuando la entrevista parece frustrada, como es el caso del atisbo al padre Gaztelu, el texto no lo es. O mejor, desde el no ser de la charla, se ilumina la persona; no por arte de magia —que lo de la adivinación es pura metáfora—, sino por la gracia con que el autor hilvana esos retazos de la escasa plática, significativa al fin y al cabo, como toda conversación inteligente.

Me lo imagino sin grabadora, guiándose luego por unos apuntes tomados con prisa demencial, manía responsable de la ruina de la caligrafía de los periodistas. La entrevista así trabajada, por raro que parezca, puede lucir más real que la transcrita desde una grabadora. Me pregunto si los periodistas formados en esta avalancha tecnológica disfrutarán igual la peripecia que es toda charla profesional, la peripecia que es el trabajo diario: ahora es tan fácil pulsar una tecla que apenas se distingue en el aparatito de moda y grabar incluso a escondidas. Olvidan que ya el simple hecho de tomar notas implica una labor de selección, de edición. Por allí debe empezar toda enseñanza del periodismo, como por el entrenamiento de la mirada y la memoria, para luego, entre la maraña de circunstancias que rodean a todo hecho y persona, lograr aislar lo verdaderamente significativo para el punto de vista que se ha elegido.

Ciro, ni en esta o sus muchas otras facetas como periodista, finge la renuncia al punto de vista propio, único, según Ortega y Gasset, desde el cual puede mirarse el mundo. Eso lo olvidan ciertos manuales y tendencias que enarbolan a ultranza la objetividad como premisa. No quiere decir que un periodismo activo y personal renuncie a la verdad: antes bien que la asume mediada por el sino de la escritura.

En estas páginas sentimos a los entrevistados, y también al entrevistador. Su honestidad es tal que no ha eliminado esas preguntas cuya respuesta a veces no nos deja muy bien parados pero que son más convenientes que las otras, preguntas que obligan al gesto enfático. También deja el momento, delicioso momento, en que Carpentier lanza en verdadera andanada todos los asuntos de los que no hablaría, prueba de resistencia premiada, por supuesto, con sabrosas respuestas a otros tantos asuntos, pues, a fin de cuentas, fuera de lo estrictamente actual, aun cuando el entrevistado piense lo contrario, son inagotables los temas para una charla.

Disfruté como pocos los sucesivos momentos con Cintio Vitier, la sabrosura criollísima de Samuel Feijóo y la sabiduría y sinceridad de Carballido Rey, para mí, hasta esta lectura, solo el hombre de “Detrás de la fachada” y “San Nicolás del Peladero”. Y, por supuesto, el asedio a Lezama, la descripción de su casa y rutina, y ese mirarse a sí mismo que es toda la charla, iluminadora de los nexos profundos entre su vida y su obra. Orígenes, por supuesto, es el gran protagonista de este libro, y junto a ellos, aunque no de cuerpo presente, sino atisbada una y otra vez, Fina, tan reacia a las entrevistas. Es preciosa esa expresión de Cintio, cuando habla de su soledad durante los setenta, cuando el uno participaba de la soledad del otro; o ese en que afirma que en ciertas circunstancias “Las bodas, el hogar, el hijo comenzaron a curarme de la extrañeza. Si el país no tenía sentido, mi casa lo tenía”.

Y el quinquenio o decenio gris, o negro, como queramos llamarlo, también emerge a salvo de la ira y la amargura, visto con calma, sopesado pero de necesario examen: que no es silenciando pecados como se lava la honra nacional. Y otra vez, las palabras de Cintio vuelven a resonar en mi oído, esas otras en que habla de su asunción del catolicismo y de su entusiasmo por la Revolución nicaragüense, enigma descifrado para mí en este texto.

Por todo eso agradezco el libro de Ciro. Y al mismo tiempo me asusta. Sentí tan grande la cultura de la que formo parte, tan altas las frentes aquí reunidas que me pregunto si mi generación es lo suficientemente digna de este legado, si somos capaces de merecer la savia que nos nutre y si, en consecuencia, somos capaces de acrecentarla. Preguntas tremendas que nacen de este libro en el que supuestamente todo es respondido.

 

 

Ciro Bianchi sí tiene la historia

Ciro Bianchi sí tiene la historia

Gina Picart

Quisiera que este trabajo no fuera considerado una reseña, pues el libro sobre el que trata fue vendido en nuestras librerías hace ya más de dos años, pero no siempre puede uno estar al día con sus lecturas, especialmente cuando la salud y otros dilemas de la vida conspiran constantemente contra el desempeño profesional.

Muchas personas prefieren no hablar sobre las influencias que han recibido a través de sus vidas, especialmente los intelectuales, quienes gustan de mantener un espeso silencio en torno a esta peliaguda e inquietante cuestión. ¿A quién le debo? es una pregunta que pocos desean responder, y entre los que se deciden a hacerlo se puede percibir a menudo cierta incomodidad.

Sin embargo, como pienso que nada ennoblece más que la pertenencia a un linaje ilustre, yo me declaro lectora entusiasta, desde mi juventud, del periodista Ciro Bianchi Ross, maestro de cronistas en esta isla que no sé si será la tierra que ojos humanos han visto, pero es la que los cubanos más amamos.

Cualquier foto de Ciro, pero en especial la que ilustra la nota de contracubierta de su libro Yo tengo la historia, publicado por la editorial UNIÓN, 2008, mostrará de inmediato una de sus más notorias características de personalidad: es un observador sagaz y sutilísimo, siempre en acecho, a quien no escapa ni una partícula del aliento vital de un sucedido, tal como decía el Gran Khan de La China que debían ser los espías perfectos, y don por el cual este legendario monarca recompensó al viajero veneciano Marco Polo con riquezas tan espléndidas que cuando este, recluido en la cárcel años después, hablaba de ellas, nadie, salvo Rustichello de Pisa, le creyó.

Ciro tiene un currículo periodístico más que impresionante, y probablemente haya sido el periodista más leído en Cuba entera desde que comenzó a ejercer este oficio, gracias a sus magistrales, amenas, pintorescas y extraordinariamente cinematográficas crónicas de la historia cubana. Porque no se trata solamente de investigar hasta el dato más escondido y sacarlo a la luz. Importa muchísimo también la capacidad que tenga el periodista como comunicador, y además, en el caso de Ciro, la posesión de ese humor criollo, desenfadado, pícaro y burlón, que hace de cada texto suyo algo muy semejante a la delicia de devorar una torta de tiramisú en el café El Escorial, de la Plaza Vieja. Ciro tiene un gracejo inimitable, en verdad. También lo tenía Eladio Secades, pero en un estilo diferente, muy deudor de la ironía por contraste. Cuando uno lee a Ciro, le parece que está escuchando el reportaje verbal de un buen amigo en la esquina del barrio, un amigo inteligente, observador y perceptivo a quienes los sucesos no pueden esconderle su esencia más recóndita. Sus crónicas tienen la dinámica viva de una sabrosa conversación, y al mismo tiempo, parecen películas. Los capítulos de este lbro dedicados a los duelos y a llas muertes misterosas, en especial la del parlamentario Enrique Villuendas, no tienen nada que envidiar a auténticas secuencias escritas para el cine.

Yo tengo la historia es un libro de crónicas dedicado a ese período de la historia de Cuba, tan perturbador y polémico, que fue la República, llamada por algunos Pseudo República, término que asfixiaba de ira a Dulce María Loynaz y a muchos por cuyas venas corría y corre aún sangre mambisa, y hasta Repútica, vocablo que no quiero aventurar lo que despierte en otros muchos. Pero Ciro, siempre objetivo, tiene como propósito fundamental resucitar el suceso, animarlo para que podamos contemplarlo como si estuviéramos viviendo en la fecha en que ocurrió lo que narra. Sus escritos son los mejores textos de Historia nacional, aunque en alguna que otra ocasión alguien le haya atribuido el pecadillo del exceso y hasta de la invención, llamada en su ayuda cuando queda algún microscópico espacio por llenar con datos que han desaparecido del planeta. No se lo reprocho: el producto final es más sabroso con estas especias aumentadas de dosis. Lo que en cualquier periodista sería una mentirijilla, en Ciro se transforma en dato enriquecedor que siempre redunda en favor de la cultura del lector.

La historia de Bohemia, una de las más famosas y perdurables revistas de la isla; de los personajes caricatrurescos más célebres, como el Bobo de Abela y el Loquito de Nuez; la célebre Chambelona, la vida del gran compositor Eliseo Grenet; del novelista Alejo Carpentier, el declamador Luis Carbonell y el porta Regino Pedroso; la historia de los duelos en Cuba; historias sobre presidentes y vicepresidentes republicanos… En fin, que sería muy larga la lista de los temas tratados en este libro que reseño con sumo placer, mientras saco la cuenta de cuánto le debo a este hombre que ha observado la historia de mi país en los zapatos de un periodista consagrado al servicio del pueblo.

Ciro Bianchi es también autor de los títulos Las palabras de otro, Voces de América Latina, Un hombre en la noticia, Tras los pasos de Heminway, Yo soy el chef, García Lorca/ Pasaje a La Habana, La oreja de Dios, Oficio de Intruso, Así como lo cuento, Memoria oculta de La Habana y otros. Ha ejercido como profesor universitario. Fue asiduo frecuentador del maestro José Lezama Lima en su casa de Trocadero, por lo que resulta un testigo de primera mano en el recuento imprescindible y necesario de una de las más grandes vidas consagradas a la literatura patria. Trabajó junto a Cintio Vitier en la edición crítica de Paradiso, obra cumbre de Lezama, y fue el compilador y editor de sus Diarios y del epistolario Como las cartas no llegan, compendio de cartas del gran novelista. Ha sido también antologador de Justo de Lara. Por la excelencia de su obra ha obtenido el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí, y el Premio Nacional de Periodismo Cultural Antonio Fernández de Castro por el conjunto de su trabajo, que ha sido traducido a varios idiomas.

Vida de café

Vida de café

Rigoberto Rodríguez Entenza

 

Hace unos días ese exquisito editor y buen amigo que es Alfredo Zaldívar, tuvo a bien obsequiarme un libro de cuya imagen visual emerge el misterio de la belleza, cosa lograda gracias a la ingeniosidad y coherencia en el diseño de Johann Trujillo. Vida de café (Ediciones Matanzas 2008) es, a primera vista, uno de esos objetos que se manipula con el mismo cuidado con que llevamos las mejores páginas de nuestra memoria; pero también, para mayor dicha, agréguesele el contenido principal: el texto mismo, integrado por una serie de crónicas escritas por el conocido periodista y escritor Ciro Bianchi Ross.

A Ciro los lectores de Juventud Rebelde, cada domingo –o lunes, que no siempre se coge a tiempo- le agradecen verdaderas joyas, textos que nos hacen evocar lo mejor del oficio periodístico. Quizá por eso mismo, al terminar la lectura, cuando ya entrada la noche saboreaba los artificios constructivos de cada pieza, cuando danzaba en el límite preciso entre la realidad y la imaginación, recordé a otro gran cronista, Lisandro Otero.

Con este último hablé apenas dos veces; la primera, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, ubicado en la casona donde vivió la autora de la novela Jardín; fue un intercambio breve, del que apenas recuerdo el tono de su voz, grave y segura; en esa oportunidad le comenté mi preferencia por su novela Temporada de ángeles, la cual considero su mayor hallazgo. Tras agradecerme aclaró que había otros lectores –y críticos- que también la tenían como su mejor obra. Eso fue todo. La segunda justifica mi digresión; ocurrió durante una de las jornadas santiagueras de La Feria del Libro del año 2004, a la que acudí invitado por gente buena y de palabra como Reinaldo García Blanco y Teresa Melo. En un salón del Teatro Heredia sesionaba una mesa redonda para hablar sobre los vínculos entre literatura y periodismo. Antes de comenzar su exposición, Lisandro Otero y yo nos cruzamos otras palabras; él, tras una pregunta, me dijo algo que luego repitió en su intervención: se habla de periodismo literario, a mí en muchas ocasiones me han preguntado qué usted cree; pero sobre ese tema lo que quiero decir es que no existe; al menos desde mi punto de vista no existe. Fue así de tajante y lúcido; luego explicó que los oficios del escritor y el periodista tienen funciones distintas; su gran similitud es que ambos utilizan la lengua como código de expresión. Lo medular es que al usarla deben bailar y bailar bien en el domino de las palabras. En el ejercicio del reportero el idioma es utilizado en aras de un resultado comunicativo, mientras que la literatura, nos guste o no, tiene otras preceptivas y propósitos. Claro, a todo esto hay que ponerle un pero muy importante y es que hay periodistas que hacen de su arte, dicho este último término con toda intensión, una verdadera eclosión de belleza en la construcción textual. Cuando uno lee las crónicas periodísticas de Martí o Carpentier, siente una afluencia, una armonía que nos remite a la mejor literatura; pero nótese en ellas la preferencia por infirmar desde una visión realista, definida hacia una remisión al hecho y no hacia un espacio reconstruido; así mismo me ha ocurrido a mí al leer los contenidos de Palabras de ocasión de Lisandro Otero o más recientemente un conjunto como Vida de café, de Ciro Bianchi Ross, para solamente citar dos casos en el vasto conjunto de la crónica cubana.

Bianchi Ross es un artífice cuyas líneas he disfrutado con mucho. Su manera de operar con el idioma español nos lleva a la sabiduría y el placer, dos esencias tan necesarias como difíciles de consumar en el ejercicio con la lengua nuestra de cada día.

Así como lo cuento (Ediciones Abril 2004), Yo tengo la historia (Ediciones UNION 2008) y ahora Vidas de café, son textos donde se nos ofrece la oportunidad de asistir a una escritura cuya virtud principal es la unidad entre lo narrado y la forma de contar de este hombre que teje su universo tomando de la realidad hechos y motivos cuya inherencia fluye como si cada elemento hubiese siempre estado en ese orden; porque a la hora de organizar el nuevo cuerpo los nexos entre los elementos parecen absolutos.

A tenor de todo esto me gustaría recordar que hay ejemplos de periodistas cuya belleza en el discurso nos hacen pensar en la literatura, algunos escritores ellos mismos. A esa estirpe pertenece Ciro Bianchi Ross, quien por décadas ha ejercido un periodismo en el que son transversales la sensibilidad y la maestría. Sus crónicas son verdaderas piezas de lujo de nuestra lengua. Para comprobarlo léase esta, su más reciente entrega, Vida de café.

El autor nos entrega en sus páginas un conjunto de crónicas costumbristas en las que sobresale una prosa ágil, atenta a motivos consustanciales con la cotidianidad de los cubanos. Sabe Ciro que la gran historia cubana tiene ocultos un cúmulo de personajes, motivos e intensiones en los que se refleja la esencia de las peripecias del cubano, sus pícaras e inteligentes giros, su ir de un estado de cosas a otro sin perder su centro, su perspectiva; siempre sumando humoradas y soluciones que han permitido estar en el aquí y el ahora con una identidad que se teje desde entramados tan diversos que a veces parecen díscolos.

Los personajes de nuestra existencia: el tacaño, el hablador, el escandaloso,  el bodeguero, el barbero, la prostituta, el cochero, en fin, una galería de personajes que han ascendido desde el meollo de la nación por ya casi cinco siglos y desfilan por espacios tan curiosos como ellos; a saber: un velorio, un cine o un barrio donde lo marginal y lo institucional se cruzan y toman un solo camino.

El costumbrismo contenido en las crónicas en Vida de Café, tiene ese aliento popular que convierte a cada una en verdaderos actos comunicativos, dialógicos, donde los protagonistas vienen a nosotros como viejos y eternos consortes y en ocasiones parece que se nos habla de un ser entrañable, querido o detestado; pero entrañable. Es este un recorrido por el itinerario espiritual de los cubanos, un espacio en el que se puede leer una importante zona de la historia y la manera de asumirla de quines han vivido en esta isla subsumida en la palabra de un maestro, Ciro Bianchi Ross.