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Vivir del cuento

Vivir del cuento

Manuel Echevarría Gómez

Ciro Bianchi Ross, escritor y periodista de pura cepa, no ceja en su empeño de redescubrir el mundo y contarlo a su manera
 

Conversador empedernido que alterna la taza de café con el cigarro de ocasión en los corrillos más improvisados, Ciro Bianchi Ross es más que un periodista sagaz y numerario, un escritor reyoyo, de pura cepa, como conviene a los derroteros de la cubanía que trasuman su obra toda.

            Siempre que los compromisos editoriales se lo permiten regresa a Sancti Spíritus: ora invitado a presidir un jurado en las lides literarias, ora para disertar sobre un tema poco común o presentar el último de sus libros, de manera que ya la villa lo cuenta entre sus hijos adoptivos, de esos que vuelven con los afectos a flor de piel a dejar la huella en la memoria agradecida.

            A los 17 años de edad redactó su primer artículo de perfil cultural; lo mandó al entonces periódico El Mundo y Luis Gómez Wangüemert se lo publicó en la página editorial donde escribían Chacón y Calvo, Samuel Feijóo, Loló de la Torriente, Salvador Bueno, Gustavo Aldereguía y Alejo Carpentier. Aquella entrada por la puerta ancha al convite de la letra impresa le ofreció un espaldarazo a su vocación  intacta hasta los días de hoy. Después probó suerte en el horizonte de las colaboraciones y su firma empezó a solazarse en las páginas de lujo de Cuba Internacional, La Gaceta de Cuba y Juventud Rebelde, que lo ha  consagrado en su tirada dominical durante los últimos cuatro años en una chispeante sección de lectura.

            Ciro es un cronista que no ceja en su empeño de redescubrir el mundo: “Mi ideal es que yo pueda sostener una conversación y luego hacer el cuento de lo que esa persona me dijo. El lector percibe la libertad”.

            ¿Cómo lo logras?

            La propia entrevista te dice cómo escribirla. La palabra va y viene como una pelota de ping pong. Yo escribo sobre personajes de la pequeña historia de Cuba vistos con simpatía e imparcialidad. Los historiadores olvidan que esos personajes sudan y tienen brillo en la mirada. Siempre parto de una oración afirmativa simple y cuando tengo la primera frase lo demás fluye sin problemas.

            ¿Dicen que tienes memoria de elefante y que nunca has utilizado una grabadora?

            Hago mis entrevistas sin tomar notas;  nunca uso grabadora. Una vez sostuve una conversación con  Julio Cortázar y le pregunté: ¿Usted cree que yo pueda reproducir esto? “No tengo inconveniente, me respondió, pero dudo que usted lo recuerde todo”. Le dejé entrever que ese era mi problema, elaboré una especie de prontuario y cuando llegué a la casa la escribí. Nunca he tenido un desliz de esa naturaleza.

            Entre tus entrevistados memorables figura José Lezama Lima, una de las cumbres de la literatura cubana de todos los tiempos, de quien compilaste varios textos manuscritos y dispersos. A la distancia de los años, ¿qué ha permanecido inalterable en tu memoria?

            La fidelidad de Lezama a la cultura, su sentido ético ante la vida y lo entrañable de su amistad. Me fue prestando libros de su biblioteca en algo que él llamaba el Curso Délfico y que consistía en facilitar los textos y luego conversar sobre lo leído.

            Fuiste el primer periodista que entró en la casa de los Loynaz después del triunfo revolucionario, ¿a qué se debió esa dádiva?

            Escribí acerca del aniversario 50 de la visita de Lorca a Cuba y cuando me aproximé al tema comprendí que las fuentes de lo publicado, estando el granadino en la isla, quedaban sin explorar. Dulce María me recibió y pude ahondar sobre la amistad de ella y sus hermanos con Lorca. A partir de allí descubrí una serie de cosas relevantes que se recogen en mi libro, escrito como casi todos a partir de un reportaje.

            Las crónicas de Juventud Rebelde, que ya suman más de 200,  suponen un arsenal considerable de información, ¿dónde la encuentras?
            En mi archivo personal. Poseo una gran colección de recortes de revistas y periódicos y fichas bibliográficas. Si tengo que ir a la biblioteca, no escribo el artículo.
            ¿Te gustaría que tus lectores te recordaran como periodista o escritor?

            No puedo separar una cosa de la otra. El destino último del trabajo periodístico es el libro.

            Escambray. Sancti Spíritus, 21 de mayo de 2005

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