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CBianchiRoss/Vida y Obra

Soy una especie en extinción

Soy una especie en extinción

Alina Perera Robbio

Ciro Bianchi Ross, el cronista que usted lee ávidamente cada domingo para viajar por emociones, personajes y sucesos de la isla, es realmente un ser nada común, tal como se describe: nunca usó grabadora ni tomó notas en sus innumerables entrevistas, jamás mandó a revisar el producto final con sus interlocutores. Y ahí está… ileso

Periodista de armas tomar, maestro de generaciones (estoy entre sus alumnos), Ciro Bianchi Ross es uno de los interlocutores más fascinantes que conozco. No suele propiciar los diálogos en los cuales toma parte y que discurren como una cadeneta alucinante de historias. Hay que provocarlo, preguntarle. Porque no le interesa figurar; no narra, así como así, todo lo que ha vivido y conoce.

            Su falta de vanidad es deslumbrante: cualquiera que desee aprender, se sentirá a gusto frente a este experto en contar noticias de todos los tiempos, en estampar historias y personajes de verdad, todos salidos de archivo y biblioteca personales, puestos sobre las cuartillas gracias al golpeteo de una maquinita de escribir que el periodista no abandona a pesar del seductor llamado de la computación.

            Ciro no tiene idea de cuántos “artículos” (así le dice él a sus trabajos) ha publicado en sus 38 años de oficio. Tampoco sabe cuántas entrevistas son. Todo forma parte de la humildad de este cultísimo profesor –amante del arte culinario, por cierto-, ante quien lo hice todo al revés el día de este diálogo: grabé en una cinta magnetofónica (él nunca lo hizo); le dije que le extendería la versión final para que la revisara (jamás tuvo esa costumbre). Y para colmo le pregunté si se había sentido bien en la entrevista… Creo que fue benevolente y que nunca me dirá de su desilusión.

            -¿Cómo entra al mundo del periodismo?

            -Con 17 años. Estudiaba bachillerato, me había conseguido una maquinita de escribir, prestada, e hice un artículo sobre Tristán de Jesús Medina, un cura, escritor, poeta, orador muy importante del siglo XIX cubano.

            “Cuando terminé el artículo no tenía a quien dárselo. No conocía a ningún periodista, y se me ocurrió mandárselo por correo a Luis Gómez Wangüemert, director del periódico El Mundo. Para que el papel abultara menos yo había escrito a renglón seguido. Cosas de muchacho al fin… Al contestarme, Wangüemert me dijo que lo iba a publicar, y que si volvía a escribir para El Mundo lo hiciera a renglón doble. De algún modo me estaba dejando abierta la puerta.

            “Después que apareció el artículo hice otro que también salió. Mandé el tercero, y al publicarse, Wangüemert me envió una carta comunicándome que podía llevar personalmente los trabajos al periódico. Creo que él se enteró de que yo no había cobrado por los trabajos.

            “Fui al periódico, cobré y corrí  a la librería a obtener los tomos que me faltaban de las Obras Completas de José Martí. También compré Hombradía de Antonio Maceo, de Raúl Aparicio, y Analectas  del reloj, de José  Lezama Lima”.

-¿Cómo ha logrado convertirse en tan buen contador de historias?

-A mí nunca me hicieron cuentos infantiles… Mi abuela jamás me los hizo. Nací

en La Habana, en 1948, en lo que hoy conocemos como 10 de Octubre. Lo que pasa es que mi padre y mi abuela siempre fueron muy buenos narradores orales. Ya con seis o siete años,  conocía sobre muchas historias de la Cuba republicana: sabía quién era Machado, cómo habían saqueado las casas a su caída del poder, cómo Grau había llegado a la presidencia, cómo se había incendiado en 1890 la ferretería de Isasi, algo que fue una de las más grandes tragedias de La Habana.  Mientras me daban la comida, me iban contando todo eso.

            “La mía no era lo que se dice una familia culta, pero en casa se leía el periódico todos los días y la revista  Bohemia, cada semana. Lo otro era que existía en mi casa un verdadero culto por los grandes periodistas cubanos. Cuando se hablaba de Vasconcelos, por ejemplo, se le decía “la pluma de oro del periodismo cubano”. Mi padre, trabajador de la construcción, y mi madre, ama de casa, expresaban gran respeto por esas personas. Y a eso añade que yo, con ocho o nueve años, tenía como juego preferido pararme en la esquina con una libreta y un lápiz a interrogar a quienes iban pasando. Siempre me gustó mucho hojear  Bohemia, y ver los programas donde comparecían prestigiosos periodistas”.

            -¿Dónde obtiene todas las informaciones que ha ido publicando en Juventud Rebelde?

            -Tengo una gran biblioteca. Todo lo que he escrito para Juventud Rebelde lo he hecho sin moverme de mi casa. No he salido a ninguna biblioteca a buscar nada. Si no lo tengo en casa, no escribo el tema. Durante buen tiempo me ayudó muchísimo un documentalista, Gonzalo Sala. Por lo general nuestras conversaciones eran telefónicas.

            “Tengo, además, una gran colección de recortes de periódico. Guardo, archivo, ficho  todo lo que leo y me interesa. También tengo la costumbre de pasar por un lugar y preguntarme qué sucedió allí. Son historias que uno va acopiando a lo largo de la vida”.

            -¿Qué sintió cuando vio publicado, por vez  primera, un texto suyo?

            -La misma alegría que siento hoy después de haber publicado miles de artículos. Nunca he perdido esa ilusión de ver el nombre de uno calzando un texto.

            -Siempre que usted y yo conversamos tenemos un tema recurrente: José Lezama Lima. ¿En qué circunstancias lo conoció?

            -En un recital de poesía que auspició  la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), donde estaban él, Virgilio Piñera y Eliseo Diego.

            -¿Qué impresión le dio ese gran intelectual en el primer encuentro cercano?

            -Lezama era un hombre impresionante. Realmente. Su esposa había sido mi profesora en el bachillerato, y me lo presentó. La primera vez que hablé con él me quedé sin palabras. No pude decir mucho. Era, en primer lugar, muy humano. Y muy simpático, ocurrente. Tenía siempre el chiste presto y, sobre todo, la ironía. Uno se divertía mucho con él.

            “Era muy generoso. A mí me fue prestando su biblioteca, y, según me cuentan, era muy raro que prestara un libro. Dicen que cuando alguien le pedía uno, él iba a la librería, lo compraba, y se lo regalaba a la gente. Sin embargo, a mí me prestó de su propia biblioteca, muy bien nutrida.

            “Iba prestando una serie de libros dentro de lo que él llamaba el Curso Délfico. Textos que facilitaba y que después comentábamos”.

            -¿Cuántas entrevistas calcula usted haber hecho?

            -No las tengo contabilizadas. He tenido la suerte de conocer y entrevistar a escritores importantes de Cuba, como Lezama, Carpentier, Chacón y Calvo, José Zacarías Tallet, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Fina García Marruz…

            ¿Por qué el genero de la entrevista?

            -Por envidia.

            “Cuando empecé a escribir en el periódico El Mundo, me puse a pensar sobre la importancia que podría tener contar sobre mí mismo. Era un hombre muy joven, quizás podía contar algunas cosas, pero a quién le iban a interesar… Entonces llegué a la conclusión de que si yo entrevistaba a grandes figuras, la gente me leería, no por mí, sino por enterarse de lo que pensaba ese gran escritor, pintor o científico.
            -¿Cuándo cree usted que ha logrado una entrevista?

            -Tocar el fondo de un personaje o de una situación, tanto en el periodismo como en la literatura, es más difícil de lo que los lectores y escritores mismos puedan pensar. El problema es no irte de la entrevista sin hacer las preguntas que tenías pensadas.

            -De las personas a quienes ha entrevistado, ¿cuáles son las que recuerda con particular intensidad?

            -Lezama, Carpentier, el venezolano Miguel Otero Silva, Julio Cortázar, Augusto Monterroso… Con este último me sucedió algo curioso: él concedía la entrevista a condición de que yo no tomara notas ni grabara. Me dijo: “Le doy todo el tiempo que usted quiera, pero usted no puede tomar notas. Después, si usted recuerda lo que hablamos, publica eso”.

            -¿Y así fue?

            -Así fue. Y con Cortázar me pasó lo siguiente: él estaba en La Habana por un encuentro de intelectuales en la Casa de las Américas. Lo llamé por teléfono y le dije que quería hablar con él. Me atendió. Estuvimos hablando casi tres horas en el lobby del hotel Riviera. Cuando terminamos le pregunté: “¿Puedo publicar lo que hemos conversado?” Me dijo: “Dudo que lo recuerde”. Respondí: “Bueno, eso es un problema mío”. Antes de irme del hotel sí tomé una serie de notas, sobre todo de los temas sobre los que habíamos conversado. Después lo reconstruí todo en casa. Cortázar nunca se quejó.

            -¿Ningún entrevistado se quejó por su método de no grabar declaración alguna?

            -No. Claro que yo nunca  he preguntado a ninguno  qué le pareció la entrevista que le hice. Tampoco la doy para que el entrevistado la revise.

            -¿No le parece riesgoso?

            -Yo asumo mis responsabilidades.

            -Como también las asume al no usar grabadora. ¿Realmente nunca la usó?

            -Nunca. Reconstruyo las entrevistas a mano.

            -¿…?

            -Soy una especie en extinción. Nunca he usado grabadora. La única vez que la usé fue con Carlos Rafael Rodríguez, y el destino me castigó porque en la cinta no quedó nada grabado. Por suerte, entonces yo tenía una gran memoria.

            -¿Y ahora?

            -No lo creo… eso se va perdiendo. Ya yo no me siento capaz de hacer lo que hice con Cortázar.

            -¿Qué significa para Ciro ser un buen periodista?

            -Creo que el buen periodista vive como periodista todo el tiempo. Ya lo demás lo pone uno. La audacia, por ejemplo, es importante. Hay que atreverse, porque si no lo haces no logras nada.

            -¿Qué entrevista imprescindible cree le falta por hacer?

            -Me gustaría mucho entrevistar a Fidel. Y me hubiera gustado  haber entrevistado a la poetisa matancera Carilda Oliver Labra. La entrevisté en parte, y siempre quedamos en hacer algo más pensado, más largo. Nos comunicábamos bastante por teléfono, pero nunca me concedió la entrevista.

            -¿Durante qué tiempo se puede ser periodista?

            -Imagino que me estaré muriendo, estaré cinco segundos antes de mi muerte viendo una noticia, y trataré de darla.

            Juventud Rebelde, La Habana, 6 de febrero de 2005.

           

1 comentario

mercy wanguemert -

me gustaria ponermen en contacto con bianchi para poder recoger informacion sobre mi abuelo. gracias