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Sigfredo Ariel: Un hombre iceberg

Sigfredo Ariel: Un hombre iceberg

Ciro es un hombre-iceberg. Sospecho que de cada asunto sobre el cual escribe sabe mucho más de lo que pone en la cuartilla. En realidad, no lo sospecho, es evidente. Es un gran lector, un lector minucioso y rápido, que tiene la curiosidad como divisa,de ahí que los asuntos de su interés sean tan variados. Posiblemente sea el Gran Inquisidor de nuestras letras, ahí está el tomo de sus entrevistas (pocas, en relación a las que ha realizado).

Tiene un claro sentido de la dramaturgia a la hora de estructurar sus crónicas; maneja la tensión y cierto "suspense", que lo acerca a la narrativa de manera muy eficaz, sin alardear de ello y sin falsos arranques líricos. Huye de la sensiblería y del ahuecamiento de la voz, que suele ser tentación frecuente en trabajos de corte histórico. Ni panfleto ni moraleja, eso nunca, ni mojigatería.   

Ciro persigue la naturalidad, la encuentra siempre. Su prosa es móvil, viva. Tiene la sabiduría de contener la emoción, el arranque apasionado, la desmesura. Sus iluminaciones (las que comparte con el lector, de antemano considerado cómplice) tienen su raíz en la veracidad del dato descubierto, el hallazgo. Su compromiso con la página es de orden histórico. Fatiga archivos con ojo alerta, no cree en la primera agua de la primera fuente, conoce la existencia de los múltiples planos de la realidad contada, memorizada, mediatizada en periódicos o libros: él va a lo hondo, procura arribar al tuétano, en ocasiones ingrato o alejado de nuestras expectativas o intereses. 

Pudo, pues humor no le falta, ser el costumbrista simpaticón, el comentarista de ámbitos "criollos", de escenitas populares, pero no: Ciro no es caricaturista, sino retratista, o fotógrafo en todo caso, por no decir, sencillamente, historiador. Su humorismo contiene sorna, inteligencia, no chiste ramplón ni payasería. Él ha historiado muchas cosas cubanas consideradas más o menos menudas (origen de cierta música, la formación de un barrio o un edificio, la anécdota sobre el prócer o el bandolero...). Así ha dibujado escenarios y ha recuperado del olvido -o la desidia- rostros y detalles afluentes que alimentan el curso de la Gran Historia, es decir, la humanizan.   

 

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