Así como lo cuento
Prólogo
Pelayo Terry
Me ha pedido Ciro Bianchi Ross unas palabras que introduzcan al lector en este magnífico libro. Algo difícil. Sin embargo, al alumno debe complacer al maestro. A Ciro lo conocía de pura referencia mientras estudiaba en la Universidad, cuando me “caían” algunas revistas en las que su firma aparecía junto a figuras prominentes de la cultura nacional. Pero un buen día, llegó ese nombre a las páginas de Juventud Rebelde de la mano de Rosa Miriam Elizalde, subdirectora del diario por aquellos días.
Nos rompíamos la cabeza, examinábamos alternativas para buscar “una pluma” que acompañara al exquisito Enrique Núñez Rodríguez en la página de lectura de la edición dominical, conociendo de antemano que quien estuviera en el “piso de arriba”, como el propio Núñez alguna vez llamó a ese espacio, estaría en la desventaja permanente de la comparación.
Pero Ciro se arriesgó y ganó. Hace más de dos años que comenzó a dejar su impronta en las páginas de nuestro diario cuando publicó su primera crónica, cuyo título,” Paciencia, mucha paciencia”, dedicada a la vida de Félix B. Caignet, puede verse ahora como una súplica a quienes lo leerían. Sabía que llegaba a otro mundo de esa vieja relación periodista-lector, donde el tú a tú de cada día actúa a favor o en contra. Penetraba en sus casas sin el debido permiso. Pasó del temor al asombro, de la duda al goce.
Los primeros trabajos fueron una prueba de fuego para él y para el periódico; apostábamos a un intelectual muy reconocido en los medios literarios y culturales del país, pero que nunca había tenido la presión de una columna semanal. Sobre sí estaban los ojos de cientos de lectores que cada fin de semana evaluarían, dictaminarían, enjuiciarían. Al cabo del tiempo venció el examen y se convirtió en referencia para quienes domingo a domingo no le pierden ni pie ni pisada.
Fue así que se integró de lleno a esa “locura divina” de hacer un Juventud Rebelde diferente.. Aunque no está con nosotros permanentemente, su presencia se siente. Cuando llega a la redacción, su risa inconfundible indica que tendremos una buena tertulia, que sabremos más de nuestro pasado y que nos pondrá al tanto de lo último que se “cocina” en el mundo intelectual cubano. Llega y estira su corto brazo con un sobre, donde invariablemente hay cinco cuartillas, escritas con una meticulosidad increíble en su máquina de los viejos tiempos, porque “para mí, compadre, todavía la computadora está muy lejana”, me dice.
Después examina la abundante correspondencia que recibe tanto por la vía tradicional como por correo electrónico y luego de contar algunos de sus últimos “descubrimientos”, que enriquecerán una próxima entrega, sale como un bólido, maleta bajo el brazo, hacia otro de sus tantos compromisos.
Para él esta experiencia ha sido algo inimaginable, porque “oye, yo llevo más de treinta y cinco años en el periodismo, pero esto que me ha pasado en Juventud Rebelde, nunca lo había sentido”. Y se está refiriendo así a los nuevos amigos que ha conocido, a quienes lo llaman “porque encontraron en la guía telefónica el nombre de papá, lo contactan y él les da el número de mi casa”, a quienes le sugieren temas de los que jamás había oído,”inmaginate, hasta un lector quiere que le hable de deporte, y de eso yo no sé nada”, me confiesa convencido de que hará todo lo posible por complacerlo.
Una de las características que he aprendido de Ciro, durante estos años, es que no defrauda a ninguno de sus lectores. Sabe que hay de todo entre los que no se pierden sus habituales crónicas, desde quienes buscan con desespero el periódico en horas bien tempranas de la mañana, aunque la cola sea larga y los turnos que repartan en el estanquillo no alcancen; pasando por un grupo de abuelos del Cerro y de Güira de Melena, que realizan sus tertulias dominical para “saborear” lo que ha venido a decirles; y hasta quienes lo llaman cada semana para intentar adivinar con qué nuevo tema entrará a sus hogares.
La relación que ha logrado con algunos de sus lectores viene siendo una demostración de fidelidad a toda prueba. Muchos son los que le piden datos, que narre hechos muy particulares y casi desconocidos, que mencione personajes perdidos dentro de la política o la vida social de La Habana de antes de 1959, o de sucesos que en un momento conmocionaron a la capital o a otra región del país. Y Ciro no dice que no. Busca y responde, se asesora con su fiel Gonzalo Sala, y si no puede contestar públicamente, llama por teléfono, envía cartas, visita a algunos lectores. Una práctica casi única del periodismo de estos días. Agradecimiento es lo que recibe,
El éxito de sus trabajos – de los cuales presentamos una selección a quienes cada semana “lo seguimos para conocer la historia de otra manera- ha estado en que a él lo obsesiona lo novedoso, lo atractivo, lo esencial, y que tiene en su amplia cultura y el dominio de una prosa elegante y sencilla sus principales virtudes.
Para leerlo no hace falta tener un diccionario. Es un periodismo de alto vuelo literario, profundo y con un excepcional culto al sentido de la verdad que, incluso, le ha atraído no pocos sofocones.
Esta selección no cubre, como hubiéramos querido, todo lo escrito en este tiempo por Ciro para nuestro diario, pero sí llega en un momento en el cual la demanda por sus artículos crece vertiginosamente. Muchas son las personas que acuden a nuestros archivos en busca de sus crónicas, para coleccionarlas o utilizarlas en alguna que otra clase de historia.
Lo que pudiéramos decir desde la redacción de Juventud rebelde es solo una ínfima parte. Quisiera compartir algunos fragmentos de los mensajes llegados a Ciro cuando en su crónica “Échame a mí la culpa”, del 18 de abril del 2004, solicitó a su público: “¿Sigo abordando ese pasado y sus personajes con pelo y señales como vengo haciéndolo hasta ahora o empiezo a escamotearles las aristas?”.
Veamos una breve muestra:
Siga escribiendo la historia como es, no ceje en su empeño de poner la realidad, tal y como aconteció.
¿Podría ser su sección más diaria y menos dominical? La historia, nuestra historia, es tan rica y grande […]
La historia es como fue y no como queramos que haya sido.
Sus columnas en el periódico son vitral abierto a la historia republicana de la nación,
de manera transparente, sencilla, jocosa, es una suerte tenerlo ahí, le leo siempre, espero que perdure.
A nuestra prensa le falta el tipo de reportaje que usted tan pacientemente realiza semana tras semana.
Con sus artículos ha aumentado mi amor por lo cotidiano.
Sus historias no solamente son interesantes y recrean hechos, personajes poco o nada conocidos por la población; sino que es, justamente, lo verdadero de las narraciones, lo valioso de estas […] Su página es un rescate de la idiosincrasia cubana […] con su pluma nos abre una puerta al conocimiento.
Siga con los nombres verdaderos, fechas, horas, puntos y comas, sean sus citas o referencias buenas o malas. Siempre tienen valor social. Solo así seremos mejores.
Lo exhorto a continuar con sus artículos; si usted se amilana tendrá en mí a un crítico silencioso.
Su columna gusta mucho, pues a veces se conoce más de esa república por los hechos que usted narra que por los libros de historia, sin demeritar a estos últimos.
He dejado para el final una carta que, desde mi punto de vista, expresa el sentir de los lectores de esa página dominical y que a Ciro lo impresionó mucho cuando se la entregué.
El encabezamiento del mensaje electrónico, enviado por Roberto Gómez Montano es “Tiene una recta de 97 millas” y una parte del texto dice:
Soy profesor de Historia de Cuba, imparto las clases de secundaria para noveno grado en el Canal Educativo. Supe por primera vez de usted cuando buscaba material para mi clase acerca de los gobiernos auténticos y “Alemán, el Bicho”, le dio sabor. Este año he grabado 190 clases que se envían a las escuelas de todo el país, ya casi termino pues solo me faltan diez. En días pasados en una reunión de los profesores integrales de la capital con Fidel, uno de ellos dijo que lo que más le gustaba de mi clase eran las anécdotas. Algunas se las debo a usted y quería que lo supiera.
Con Ciro asistimos, cada siete días, a una clase sobre nuestras raíces, recordamos que la historia no puede olvidarse, vivimos el regreso hacia el lugar de donde vinimos.
A Ciro uno nunca termina de conocerlo del todo. Los invito a redescubrir en este libro, parte de lo que cada domingo nos regala para la posteridad.
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