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Los Diarios de Lezama: confesiones intelectuales

Los Diarios de Lezama: confesiones intelectuales

Marilyn Bobes 

 Más que las revelaciones de una autobiografía convencional, los Diarios de José Lezama Lima, compilados y anotados por Ciro Bianchi Ross, son confesiones intelectuales, cuya mayor utilidad es el acercamiento que nos permite al entendimiento del sistema poético del autor de Paradiso, esa novela monumental del siglo XX cubano.

 

Como expresa en el prólogo Bianchi Ross, la publicación de estos Diarios comprendidos en las etapas de 1939-1949 y de 1956-1958, forman parte del empeño por acercar al lector a un Lezama total.

 

Encontrados en la papelería inédita que, hasta su muerte, custodió María Luisa Bautista Treviño, viuda del escritor, se sospecha que quizás falta en ellos alguna que otra página suprimida por voluntad de la albacea, pero ello no impedirá al lector de este volumen extraer inquietudes y reflexiones de rotundo interés, acercarnos a un pensamiento y una forma de vivir poco frecuentes en la historia de la literatura cubana, por lo general, mucho más apegada en sus fuentes a lo vivencial y a un realismo fundamentado en su testimonio.

 

En la entrevista que sirve de apéndice al libro titulado Asedio a Lezama, el entrevistador Ciro Bianchi pregunta a su autor si Paradiso es una novela autobiográfica. «Hasta el punto en que toda novela es autobiográfica, Paradiso es una novela autobiográfica», responde el interrogado.

Sin embargo, quienes se hayan acercado a su lectura, sabrán que este texto solo puede ser interpretado como un acápite de un todo y que, más que acontecimientos, la obra resume una sucesión de imágenes y personajes que, sobre todo, se expresan a partir de sus ideas y no de sus actos.

Por eso no resulta extraño que los diarios de Lezama reflejen las impresiones que le producen sus lecturas, la audición de ciertas piezas musicales o la contemplación de obras pictóricas y que, aun cuando se mencione en ellos a importantes figuras de las letras y las artes con las que mantuvo una profunda amistad, los apuntes carezcan de incidencias relacionadas con experiencias vitales, entendidas estas últimas en un sentido que podríamos denominar  hemingweyano, para ilustrar mejor una concepción de la existencia basada en la relación entre el hombre y su entorno físico.

 

 Por eso no resulta extraño que los diarios de Lezama reflejen las impresiones que le producen sus lecturas, la audición de ciertas piezas musicales o la contemplación de obras pictóricas y que, aun cuando se mencione en ellos a importantes figuras de las letras y las artes con las que mantuvo una profunda amistad, los apuntes carezcan de incidencias relacionadas con experiencias vitales, entendidas estas últimas en un sentido que podríamos denominar  hemingweyano, para ilustrar mejor una concepción de la existencia basada en la relación entre el hombre y su entorno físico.

 

En la citada entrevista, Lezama define su novela como una summa, «una totalidad en la que aparecen lo muy cercano e inmediato, el caos y el Eros de la lejanía». Pero resulta muy evidente que el mundo intelectual sobrepasa y protagoniza el núcleo de una obra donde la imagen es el recurso expresivo preponderante.

 

 Lo mismo sucede con estos Diarios. No encontraremos en ellos peripecias ni confesiones sentimentales, sino ejercicios del intelecto superior que pugna por convertir al hombre en instrumento de su mente, relacionando e interpretando más que disfrutando hedonistamente de los placeres sensoriales.

 

Si bien los Diarios compilados por Bianchi Ross son apenas esbozos, apuntes aleatorios, no dejan de resultar interesantes para entender a un hombre cuyas claves pueden resumirse en esta confesión: «El mucho leer y la muerte de mi padre, el 19 de enero de 1929, me alucinaron de tal forma que me fueron preparando para escribir. El ejercicio de la lectura fue completado por la alucinación. Mis alucinaciones se apoderaban de la imagen y me retaban y provocarían mi mundo de madurez, si es que tengo alguno».

 

Junto con sus ensayos, sus poemas y su narrativa, los diarios de Lezama nos revelan a un escritor muy diferente al característico de nuestra Isla que se alimenta, fundamentalmente, de la vitalidad y no del intelecto. Es por eso que la epopeya lezamiana resulta tan universal y a la vez tan cubana.

 

Sirva este libro, publicado por Ediciones Unión, para comprender un poco más a una de las figuras más relevantes de la literatura cubana de todos los tiempos, cuyo centenario conmemoramos en este 2010.

e su novela como una summa, «una totalidad en la que aparecen lo muy cercano e inmediato, el caos y el Eros de la lejanía». Pero resulta muy evidente que el mundo intelectual sobrepasa y protagoniza el núcleo de una obra donde la imagen es el recurso expresivo preponderante.

 

 Lo mismo sucede con estos Diarios. No encontraremos en ellos peripecias ni confesiones sentimentales, sino ejercicios del intelecto superior que pugna por convertir al hombre en instrumento de su mente, relacionando e interpretando más que disfrutando hedonistamente de los placeres sensoriales.

 

Si bien los Diarios compilados por Bianchi Ross son apenas esbozos, apuntes aleatorios, no dejan de resultar interesantes para entender a un hombre cuyas claves pueden resumirse en esta confesión: «El mucho leer y la muerte de mi padre, el 19 de enero de 1929, me alucinaron de tal forma que me fueron preparando para escribir. El ejercicio de la lectura fue completado por la alucinación. Mis alucinaciones se apoderaban de la imagen y me retaban y provocarían mi mundo de madurez, si es que tengo alguno».

 

Junto con sus ensayos, sus poemas y su narrativa, los diarios de Lezama nos revelan a un escritor muy diferente al característico de nuestra Isla que se alimenta, fundamentalmente, de la vitalidad y no del intelecto. Es por eso que la epopeya lezamiana resulta tan universal y a la vez tan cubana.

 

Sirva este libro, publicado por Ediciones Unión, para comprender un poco más a una de las figuras más relevantes de la literatura cubana de todos los tiempos, cuyo centenario conmemoramos en este 2010.

 

Ciro Bianchi: El oído fino y la memoria despierta

Ciro Bianchi: El oído fino y la memoria despierta

Por Nara Araújo

 

Palabras de la Secretaria de la Academia Cubana de la Lengua en la presentación del libro Yo tengo la historia, de Ciro Bianchi Ross. Sala Villena, Unión de Escritores y Artistas de Cuba. La Habana, 5 de diciembre de 2008

 

Al presentar en una edición de clásicos españoles,  La historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo,  Fernando Rico coloca esta crónica en el camino del Amadís, así como de La Celestina y el Lazarillo, obras cumbres de la literatura española. La posibilidad de que la crónica de un testigo de la conquista de América pueda aparecer como “literatura”, se debe al brío del relato, al vigor de la prosa y a la capacidad de Díaz del Castillo de evocar hombres, acciones y escenarios. Lo que en un inicio pretende ser el testimonio verdadero de lo que ocurrió de este lado del Atlántico, y para ello quiere atenerse a una cronología, alcanza lo literario por las cualidades de la prosa y la capacidad imaginativa del autor-testigo.

Pero entonces, ¿qué es una crónica? Si nos atenemos a las definiciones sobre su  naturaleza, vemos que puede ser calificada como una obra literaria o como un género periodístico; igualmente, como una narración histórica que sigue el orden temporal de los acontecimientos, o como un artículo periodístico sobre temas de la actualidad. Las crónica o artículos que Ciro Bianchi Ross reúne en su más reciente volumen, Yo tengo la historia  se mueve con libertad entre esas fronteras que las clasificaciones al uso han establecido para la crónica. Las suyas no podrían ser catalogadas, en rigor, como crónicas históricas, porque éstas últimas son, sobre todo, aquellos relatos que testigos privilegiados pudieran dejar de las épocas en que vivieron. Siguiendo un orden temporal, se narra en ellas el pasado.

  Tampoco responde, del todo, a la definición de “artículo periodístico sobre temas de la actualidad”, porque las suyas son, básicamente, crónicas-artículos sobre hechos, personajes, y temas que se inscriben en el período de la República (1902-1958). De los sucesos y asuntos que se cuentan, Ciro BIanchi no ha sido el testigo que los presencia (aunque hay algunas excepciones), sino más bien el narrador que recoge en fuentes diversas --orales, escritas, cultas, vernáculas--, aquellas historias que presentan un interés particular. Al seleccionar estas historias el narrador comienza a construir lo que luego será “el relato de un relato”.

  Por estas peculiaridades, Yo tengo la historia, es un volumen de 50 textos que evidencia el “color” del universo fabulado, que el cuentero Ciro Bianchi va armando para brindar a sus lectores, los asiduos, y a aquellos que, como yo, no lo pueden leer cada domingo, los escenarios inéditos y por eso sorprendentes de una etapa de políticos y politiqueros, de sainetes y tiroteos, de teatro bufo y opereta, pero igualmente, una etapa de fundación de una cultura nacional moderna. El atractivo de estas historias no reside tan sólo en los asuntos, en las anécdotas, como en la caracterización de los personajes, en la construcción de una intriga y hasta de un suspense. En ese imaginario, que toma como punto de partida tanto la verdad, como lo que se ha dicho sobre esa verdad --el rumor, el chisme, la leyenda y hasta el mito--, asume un papel fundamental el lenguaje, Ciro Bianchi tiene el oído fino y la memoria despierta, y así sus crónicas, sus artículos, son un arsenal de giros lingüísticos, de expresiones cubanísimas, que le dan un toque de sabrosura y de deleite a su escritura.

Alguna vez Alejo Carpentier dijo que para él, el periodista y el escritor se integran en una sola posibilidad y que esto puede escindirse debido a las modalidades de trabajo y a las modalidades de técnica. ¿Es entonces Yo tengo la historia el libro de un periodista? Sí. ¿Es también el libro de un escritor? Sí. Ciro Bianchi tiene el oído fino y la memoria despierta.

 

Carta a Ciro Bianchi, el hombre que tiene la historia

Carta a Ciro Bianchi, el hombre que tiene la historia

Por Laidi Fernández de Juan

 

La salida de tu libro más reciente, Yo tengo la historia, por ediciones UNION este año 2008 ,  no hace más que confirmar tu creciente prestigio de “ periodista de la costumbre”. 

Antes de comentarte algunos de los capítulos (o mejor, varias estampas que has agrupado muy acertadamente bajo distintos subtítulos) debo hacer algunas consideraciones.

Cuando hace cuatro  años compilé las mejores de todas las Estampas de Eladio Secades, alguien dijo que ese trabajo debiste hacerlo tú y no yo. No le faltaba razón a ese alguien, y lejos de molestarme el comentario, me elevó a la categoría de buscadora de tradiciones, aún siendo yo muy  atrevida para adentrarme en ese mundo, que ciertamente es tuyo. Ahora, cuando recoges cincuenta de tus crónicas de entre todas las que salen con aire de nuevo en cada emisión dominical del periódico Juventud Rebelde, otro alguien (siempre hay alguien mordaz a la vista) opina que publicas con “abrumadora insistencia”.

No creo que los domingos puedan ser  considerados insistentes, ni que abrumes a nadie con tus indagaciones periodísticas. Eres uno de los cronistas más leídos en este momento, y seguramente alguien dirá (confesará más bien) que  persigue tu página con afán domingo a domingo.

En fin,  no hay que hacerle demasiado caso a alguien. Sin embargo, cuando se trata de una mayoría, cuando son muchos los “alguien”, cuando las opiniones coinciden en que Ciro Bianchi es el heredero de un modo de llevar y traer la noticia, entonces sí es atendible el asunto.

Ser heredípeta  es siempre un riesgo. Una condición que suele incomodar porque nunca se está seguro de ser digno legitimario de aquello que se hereda, sea cual sea el modo. De  ahí que no diré que eres simplemente un sucesor. Hay figuras insustituibles, que dejan lo que diría el escritor uruguayo Verzi “un huellón” en lugar de una huella. Me refiero a escritores  como Secades, como Marcos Behemaras, como nuestro querido Héctor Zumbado en ese costumbrismo criollo que muchos añoramos. No, no eres substituto de nadie.

No existe en la actualidad ningún escritor (a) que dedique su talento a estampar la actualidad. Hay cronistas,  analistas, pero no estamperos puros, como fueron esos maestros. Sin embargo, tu libro (que es decir tu página semanal) funciona como una crónica de crónicas, una estampa de estampas, un vuelco al pasado al estilo de Núñez Rodríguez, pero con tu sello propio.

No se trata de establecer comparaciones, sino de ubicar el garbo de cada quien, sabiendo que cada uno de esos consagrados al periodismo nos legaron el brillo de una noticia que pudiera haberse perdido en la desmemoria, o que se tergiversa al paso del tiempo.

Alguien (y vaya con ese alguien) dijo una vez que el chisme de una nación es su cultura, y entiéndase chisme en su mejor sentido. Hablo de la noticia fugaz, del suceso en apariencia menor, de esas pequeñas cosas que conforman el anecdotario nacional. O sea, de la tradición, del detalle que hace patognomónica a una región, a una fecha, o a un personaje determinado.

He ahí, a mi juicio, el tremendo mérito de tus trabajos: No sólo porque nos adentras en un pasado que desconocemos y por el que sentimos gran curiosidad, sino porque al ofrecernos la visión más objetiva posible (incluso con más de una posibilidad, lo cual aporta una honesta indagación que no das por concluida) actúas como un maestro de Historia.

De la historia que no se encuentra en ningún libro académico. Del detalle, de la noticia que nos asombra, de esos sucesos que nunca nos serán evaluados en un examen. Ese genio del humor que también fue  acucioso investigador llamado Will Cuppy nos dejó su monumental obra “Decadencia y caída de casi todo el mundo”. Tardó casi veinte años en escribirlo para no cometer el pecado imperdonable de hacer referencias históricas que luego resultaran erradas. Hoy no puede hablarse de Marco Polo, de Lucrecia Borgia, de Alejandro Magno sin consultar ese libro, plagado de buen humor, de chispeantes comentarios.

No podrá, asimismo, hablarse del origen del periodismo en Cuba, de las primeras impresiones fotográficas, de la génesis de frases cubanas, del carácter controversial de ciertas figuras y del pasado-pasado sin tu libro Yo tengo la historia.

No tengo conocimiento de cuáles fueron tus intenciones, ni interesa demasiado. Lo que realmente importa es el resultado. Quienes deseen conocer lo que los franceses denominan “La petit histoire” que subyace detrás de cada gran acontecimiento, o incluso el suceso en sí, deberán remitirse a tus investigaciones.

Y que venga alguien a decir que abrumas. Que viva tu insistencia, digo yo.

Gracias.

Laidi Fernández de Juan

Diciembre, 2008.         

 

 

Memoria oculta de La Habana

Memoria oculta de La Habana Por Luis Sexto 

 ¿Quiere usted saber cómo murió José Lezama Lima, el novelista  de Paradiso, o conocer cuál fue el crimen del siglo en La Habana, o adentrarse en los pormenores del caso de la trucidada de la calle Monte y  además enterarse de duelos y duelistas, y de decenas de episodios que matizaron la vida de la capital cubana en el siglo XX?  Si quiere, busque Las memorias ocultas de La Habana, del periodista cubano Ciro Bianchi Ross. Le garantizo que lamentará que el libro, como toda obra o vida humana, tenga fin y que por ello sea breve.  

Los temas que el volumen explaya y especifica en sus pormenores, en el espacio de 267 páginas, habrán de interesar por sí mismo. Pero, en particular, por su autor.  Ciro Bianchi  ha sido, en los últimos 45 años, uno de los periodistas que cotidianamente, con una aplicación y una seriedad ejemplares, ha sazonado su prestigio con las especias de lo profundo y lo ameno, lo verídico y lo imaginativo.  Nacido en 1948,  Bianchi ha madurado su quehacer en la escuela de los clásicos del periodismo cubano, asimilados en el acercamiento a libros,  revistas y periódicos viejos, o en la relación frecuente cuando algunos de los maestros vivían aún en la primera juventud del discípulo. Por ello, no hay riesgo cuando uno asegura que en su obra  están presentes, bendiciendo al autor, periodistas como Enrique de la Osa, Eladio Secades,  José A. Benítez, Lino Novás Calvo, Pablo de la Torriente, Jorge Mañach… Unos con más evidencia que otros. Todos influyendo, al menos, con sus lecciones de rigor.  

He dicho, en otro momento, que Bianchi por la seriedad de su oficio es un periodista labrado a la usanza antigua. Es decir, siguiendo estilos y disciplinas que honran la veracidad, la síntesis  y la calidad de los enunciados del periodismo. Aunque por fuera vista  ropa ligera propia de un clima caliente como el de Cuba, por dentro lleva el traje y la corbata de aquellos personajes de los periódicos en los 30 y los 40, cuando prosperó nuestro mejor periodismo, el formalmente mejor dotado, el más agudo y polémico.

Lo juzgo claramente: investigar en el pasado para estas crónicas históricas o de sucesos notorios de lo que Miguel de Unamuno llamó la “intrahistoria”, requiere de talento para no confundir verdad y rumor, y para saber sortear el patetismo de viejas gacetillas, juzgando el pasado con una irónica y amable sonrisa.  

En este libro no está toda la memoria oculta de La Habana. Pero uno pulsa las letras de lo pretérito con la sensación de que todo ha sido reciente. Porque el periodista Bianchi busca en papeles, pero también en la memoria viva de viejos testigos. Si nos habla de Hemingway, acude a Gregorio Fuentes,  en algún instante del longevo -aunque  ya hoy difunto- patrón del yate Pilar, donde el narrador de Adiós a las Armas navegaba tras las agujas de la Corriente del Golfo.

Me falta decir que el autor de Memoria oculta de La Habana pose la varita mágica del olfato. No existe periodista sin la capacidad de intuir qué es lo interesante y dónde se encuentra. Bianchi se destaca, en particular, por su carisma de entrevistador. ¿Habrá otro como él entre nosotros? Por esa razón,  entre sus libros sobre García Lorca, Hemingway, y otras figuras, sobresalen entrevistas como Voces de América Latina y Oficio de intruso, donde dejó la  prueba de su vocación entrevistadora. 

Cuanto he dicho, lo creo justo y necesario, como dice un texto del misal católico romano. Y después de haberlo dicho, me siento como el que ha cumplido un deber insoslayable. Los libros suelen defenderse solos después que el autor los libera, cosidos por el lomo con el sello de una editorial. Memoria oculta de La Habana tiene el de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Pero, aunque eso baste para prometer calidad, he recomendado a su autor, porque los libros habitualmente se parecen a sus padres. .    

 

Ciro

Ciro

Rosa Miriam Elizalde

Es uno de los cronistas más vehementes y audaces que conozco. Puede oler una noticia a más de un kilómetro de distancia, cuando no se las arregla para crearlas. Esto da como resultado un observador febril que sigue su instinto y no puede dejar de curiosear, escribir e impactar. A partir de una oración afirmativa, él es capaz de construir un libro de aventuras atenido con rigurosa lealtad al argumento histórico. Ciro Bianchi Ross es en Cuba, probablemente, el periodista que muchos quisiéramos ser cuando seamos grandes.

            Recuerdo el día en que, tímidamente, lo llamé por teléfono a su casa para ofrecerle una de las secciones más leídas del dominical de Juventud Rebelde, que compartiría con nuestros queridísimo y fiel Enrique Núñez Rodríguez. Por experiencia propia sé que mantener una columna  en un periódico, a la par de otros compromisos profesionales, es una tarea inclemente y, a veces, un parto con fórceps. Estaba al tanto de que, en esos momentos, Ciro terminaba un libro, preparaba otro, atendía una página web y colaboraba con medio mundo.

            Sin embargo, su respuesta llegó tres días más tarde, en cuartillas tecleadas sobre una veterana Underwood –“sigo a la vieja usanza”, me confesó- y con el número exacto de líneas que le habíamos pedido. Desde aquel primer domingo, se convirtió en uno de los periodistas más leídos de Juventud Rebelde y a quien los lectores prodigaban sin miseria cartas, comentarios telefónicos y muchísimo cariño.

            Dijo Jorge Luis Borges en El Aleph, que “la humildad es una forma de lucidez”. Desde ese punto de vista, Ciro es un modelo. No solo porque para él una cuña informativa tiene tanta dignidad como un ensayo, sino porque quien lo conozca y se asome a su bibliografía no puede dejar de asombrarse. A él le debemos, junto a una colaboración sistemática con las más importantes publicaciones del país, numerosos títulos que recogen las huellas de personalidades  imprescindibles de las artes y el pensamiento hispanoamericano y universal, además de una excelencia periodística inscrita en nuestra mejor tradición, desde el advenimiento del Papel Periódico de La Havana, en el siglo XVIII cubano.

            Basta como referencia que Ciro Bianchi es uno de los grandes estudiosos de la obra de José Lezama Lima. Junto a Cintio Vitier, trabajó en la edición crítica de Paradiso, compiló Imagen y posibilidad y el epistolario Como las cartas no llegan. Editó los Diarios del gran escritor cubano y, por si fuera poco, es el autor, entre otros, de Las palabras de otros, Voces de América Latina, La oreja de Dios, Tras los pasos de Hemingway y García Lorca/Pasaje a La Habana, libros que sientan cátedra en nuestra profesión y que demuestran que al valor testimonial del periodismo se pueden unir la poesía de lo cotidiano, el placer, el asombro y el dolor que supone la vida como aventura intrínsecamente misteriosa.

            En Así como lo cuento hay muchas de las crónicas publicadas desde el inicio en aquella espléndida colaboración con la página 11 del dominical de Juventud Rebelde, un espacio que confirma la lúcida humildad de este gran periodista y, también, la frase de Paco Ignacio Taibo II que suele citar Ciro mientras se afilia con ardor a semejante concepto: “Si la voz del pueblo es la voz de Dios, nosotros, los periodistas, somos la oreja de Dios”.

            Juventud Rebelde. La Habana, 8 de febrero de 2005

Rescatan días cubanos de García Lorca

Rescatan días cubanos de García Lorca

Armando Chávez

La silueta de García Lorca en Cuba, en 1930, retorna ahora por fin con mayor nitidez gracias a un libro minucioso y esclarecedor.

            Ciro Bianchi Ross, uno de los periodistas más acuciosos de la isla, dedicó varios años a seguir la huella fugaz, a veces confusa, o ya perdida de manera definitiva, del más célebre poeta español de este siglo, que tuvo en Cuba algunos de los días más luminosos de su vida.

            Pese a la persistente búsqueda en archivos, bibliotecas y la memoria de testimoniantes, quedan momentos imprecisos de la visita del creador de Bodas de sangre; algunos testimonios incluso, según Bianchi, son contradictorios, aunque fueron tomados de muy buena fuente.

            Autor de varios libros de conversaciones con intelectuales imprescindibles de la América Latina, Bianchi tocó de puerta en puerta y logró recuerdos que habían permanecido inéditos, entre ellos el de Flor Loynaz, pintora y poetisa, a quien Federico regaló el manuscrito de Yerma, en un tiempo cómplice de su amistad.

            Otro de los testimonios incluidos fue el del escritor José María Chacón y Calvo, un hombre que ya en plena vejez, con voz apagada y triste, confesó a Bianchi que fue él quien prestó a Lorca el dinero suficiente para que viajara desde Madrid a Granada, donde tropezó con la muerte.

            Impreso por Puvill Libros (Barcelona) y la casa cubana Pablo de la Torriente Brau, Pasaje a La Habana reúne además las referencias bibliográficas de los textos  de Lorca publicados en Cuba, así como los que sobre Lorca difundiera la prensa cubana. En sus páginas, brillantes poetas, narradores y ensayistas se refieren de forma muy elogiosa a los días habaneros del autor de  Romancero gitano, dotándolos casi de un aura mítica.

            Dice Nicolás Guillén al respecto: “Lo conocí en La Habana y siempre he conservado, como uno de mis grandes recuerdos imborrables, la carga enorme de simpatía y cordialidad que eran inseparables del poeta andaluz. Llevo en la memoria mis encuentros con el ingenio inagotable y la gracia espiritual que caracterizaron a Federico”.

            Bianchi es autor, entre otros títulos de Voces de América Latina y La oreja de Dios. Compiló sus reportajes en un libro, Un hombre en la noticia. Y publicó asimismo Yo soy el chef  y Tras los pasos de Hemingway. Periodista prolífico y de alto vuelo, sus libros han aparecido en Japón, Brasil, España y México. Sus entrevistas y reportajes son habituales en las publicaciones de Prensa Latina.

            Concebidos con el impulso y el aliento del periodismo, los libros de Ciro Bianchi Ross tienen el encanto de una realidad coloreada y complementada por la ficción, o bien a través de las reconstrucciones de época y personajes, o por las confesiones sorprendentes,  llenas de memoria, de sus entrevistados.

            Cuba Internacional, La Habana, 1998. No. 313

Un intruso con oficio

Un intruso con oficio


Armando Chávez

Cuando Ciro Bianchi Ross sale a conquistar mundo, se arma de una tablilla con bastante papel, reúne un puñado de preguntas y se llena de paciencia para tocar donde no lo llaman e interrogar escudado en ese tácito acuerdo que es el periodismo.

Luego, ante amigos y auditorios de aprendices, disfruta en ocasiones de atribuirse con la mayor naturalidad uno de los raptos de lucidez verbal que le dejaron en la memoria Otero Silva, Saramago, Cortázar o aquellas tarde de la década del setenta marcadas por el ritmo asmático y el humo del tabaco de Lezama Lima.

Después de más de tres décadas de inquirir a famosos (con admiración confesa por Norman Mailler), ha terminado él mismo por ser un poco personaje, dispuesto a sazonar los diálogos con agudezas propias y las de sus entrevistados. Esa es la mejor constancia de con cuánta fijeza conversa, de con cuánto gusto ha escuchado.

Dentro del periodismo, oficio desolador, terrible y privilegiado, que ama y detesta a la vez –según dice-, él ha persistido en reincidir en el ejercicio de la entrevista, que, aunque tiene la recompensa de codearse e incluso intimar con ídolos, a veces deja el sabor amargo y duradero de presentir sus más endebles costados.

A sus cuatro títulos de entrevista, Ciro agrega ahora Oficio de intruso, un conjunto de textos que guardara en las gavetas de sus archivos en Santa Amalia (de los que tanto se ufana), esperando a que pasara tiempo suficiente para saber si las palabras habían naufragado irremediablemente o mantenían poder de seducción.

Los personajes agrupados en el nuevo tomo son todos cubanos, entregados a las profesiones del arte más disímiles: Alberto Díaz (Korda) Pablo Armando Fernández, Jorge Luis Prats, René de la Nuez, Enrique Pineda Barnet, Nilda Rodríguez, Umberto Peña, Cintio Vitier, Julio Girona, César López, Electo Silva, Celina González, Nancy Morejón, Harold Gramatges y Lisandro Otero.

Publicado bajo el sello Unión, de casi 200 páginas, el volumen viene a ubicarse en un espacio casi siempre desolado en la industria editorial cubana, la entrevista; viene a saciar ese deseo de conocer de primera voz las obsesiones, titubeos y azares escondidos detrás de la creación y cuánto de excepcional y común hay en cada autor.

Son conversaciones sostenidas bajo el deseo de mantener la fluidez, esquivar los tonos ampulosos, pulsar la vena íntima, tantear terrenos arduos y polémicos – nunca acorralar- y descubrir el costado humano del interlocutor, sacando a flote, sin ensañamientos, poses, autocomplacencias, vanidades.

Ciro ha sabido conversar sin obnubilarse, aguijoneando pero sin atacar, poniendo sus cartas sobre la mesa, pero aceptando las salidas de su interlocutor. Nunca graba, prefiere copiar o, incluso, memorizar (como recomendaba Truman Capote), así seguramente esquiva las incoherencias, reiteraciones y titubeos de las respuestas.

Tiene la elegancia de dejar al interlocutor en primer plano y pulir el texto de tal forma que quede tan vigoroso que el entrevistado al verse en letra impresa nunca dudará en darse a sí mismo una palmada por tanta coherencia ante al cuestionario, sin reparar en la paciencia de relojero con que reinventaron su discurso palabra a palabra.

Apartado siempre del tropel de las redacciones, Ciro Bianchi prepara ya otro volumen de conversaciones, que tienen la intención de ser más acuciosas y de contar con la complicidad total del entrevistado. Como siempre, en días de nueva empresa, es capaz hasta de cambiar de número telefónico con tal de que lo dejen hurgar en archivos y escribir en paz.