Voces de América Latina/Ciro Bianchi Ross
Ciudad de La Habana, 1988. 362 p.
Este es el libro de un periodista, no el libro de un crítico
Como periodista me acerqué a los narradores cuyas entrevistas aparecen en este volumen. Quería aproximarme a su intimidad y conocer, relatado por ellos mismos, el revés de la trama, es decir, las circunstancias que rodearon la aparición de algunos de sus libros, detalles biográficos que se reflejan en su quehacer, sus relaciones con el periodismo cuando las hubiere, el nacimiento de sus vocaciones y métodos de trabajo, asunto que interesa cada vez más al lector que cree encontrar así el modo de develar el misterio de la creación y humanizar al escritor… Deseaba ofrecer, en suma, una visión de cómo vive y trabaja un grupo prestigiosos de narradores latinoamericanos, y hacerles hablar acerca de sus sueños y recuerdos.
El azar me ayudó mucho, y el esfuerzo y, en ocasiones, la constancia hicieron el resto a fin de que pudiera reunir aquí a un conjunto de figuras significativas. Todos marcan hito en las letras de sus fronteras nacionales y repercuten con su obra en toda América Latina e incluso más allá de los límites de nuestro continente. Son creadores que en buena medida han contribuido a que el lector latinoamericano tenga fe en sus narradores. Podrá objetárseme que en este libro faltan nombres; no creo, sin embargo, que pueda asegurarse que sobra alguno. El más antiguo de estos textos es el de José Lezama Lima; el más reciente, el de José Luis González. Excepto Miguel Barnet, Pedro Jorge Vera y Mario Benedetti que lo hicieron por escrito, el resto respondió de viva voz y yo recogí sus palabras sin valerme de la grabadora en ningún caso. A veces, la tomé al dictado; otras, anoté sólo lo que me pareció más especial, y siempre traté de memorizar la mayor cantidad de pormenores posible. Ni con Julio Cortázar ni con Augusto Monterroso hice un solo apunte. Decía Truman Capote que cualquier persona es capaz de recordar con exactitud lo que dijeron dos horas antes…
Aunque se hicieron a lo largo del tiempo, a veces con largas pausas entre una y otra, todas las entrevistas se concibieron con el fin último de que apareciesen en un libro como éste. Partí de una premisa esencial al hacerlas: una entrevista es un juego no necesariamente plácido entre dos o más personas. Procuré siempre tocar el fondo del entrevistado, y en el transcurso de la conversación pinché, pero no ataqué, provoqué, expuse mis criterios y opiniones, pero terminé aceptando el punto de vista de mi interlocutor.
A diferencia de lo que hice en Las palabras de otro, recopilación de entrevistas con escritores cubanos publicadas en 1983, en que cada texto era diferente a los demás – lo que la crítica señaló oportunamente-, en este libro, salvo en dos o tres casos, seguí el método convencional de preguntas y respuestas ya que me pareció el más pertinente y válido – directo- para reflejar el pensamiento y el sentir de las personalidades escogidas. Creo que de esa forma se logra una comunicación más eficaz entre el lector y el entrevistado, por esta vez al menos.
Trabajé siempre con cuestionarios cuidadosamente elaborados que no excluyeron nunca las preguntas que surgían al calor de la conversación. Propicié un clima de confianza durante el diálogo, y luego, a la hora de trabajar el texto traté de ser lo más fiel posible a sus palabras, como es lógico, y también a su modo de decir.
El único inconveniente fue el tiempo. Durante su visita a Cuba, la mayor parte de estos escritores tenía un programa apretado de actividades y las entrevistas debieron adaptarse a esa situación.
Aún así creo que se hallarán aquí las opiniones auténticas que esos narradores tienen sobre su propia obra y acerca de muchos de los temas que les preocupan como hombres, y también datos de índole personal que resultarán atractivos. El lector quizás pueda abarcar la humanidad enorme, el desenfado, la honestidad aplastante de algunos de ellos, y la arrogancia y la autocomplacencia de otros.
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