El cuentero y sus historias
Por Nara Araújo
Uno de los atractivos de la crónica es su libertad. Libertad de mezclar lo factual con algo imaginativo, el dato con algo de ficción. La crónica surgió como un género a caballo entre la historia y la literatura, como un espacio de tránsito, cultivado tanto por cruzados como por conquistadores, y frecuentado por grandes escritores, como José Martí. La crónica es un género agradecido: su brevedad atrae, su ligereza, seduce. Por su etimología, la crónica remite al decursar del tiempo, lo cual siempre resulta de amplio interés humano. Pero la crónica, para alcanzar su definición mejor, debe cuidar sus asuntos, aquello a lo cual se refiere, su objeto de atención: ser registro de acontecimientos y memoria de costumbres y hábitos. Si en ella el lenguaje resulta un eficaz instrumento comunicativo, la lectura de la crónica siempre encontrará a un público ávido y dispuesto.
Las crónicas de Ciro Bianchi Ross reúnen esos requisitos y aseguran la fidelidad de sus lectores, que con constancia y devoción siguen sus avatares en páginas periodísticas. Pero no siempre esos espacios circulan con amplitud, así que poner sus crónicas al alcance definitivo de otros lectores siempre resulta una sabia decisión editorial. Leí con placer su anterior libro de crónicas, Memoria oculta de La Habana, y ahora no sólo he repetido tal disfrute, sino que encuentro la oportunidad de expresar mi entusiasmo fuera del coto privado. Las cincuenta crónicas incluidas en Yo tengo la historia, son una muestra elocuente del oficio y la constancia de su autor, quien con un nombre y apellidos de antiguas resonancias persas, itálicas y hebreas, es ejemplo de acendrada y raigal cubanía.
Reunidas de acuerdo con un orden temático, las crónicas que en su momento respondieron a su fecha de aparición, ahora se agrupan en una estructura que contiene varios tópicos, enmarcados en el período histórico correspondiente a la República, aquella república enmendada (por la Enmienda Platt), como la bautizara otra cronista ejemplar, Renée Méndez Capote. Estos tópicos podrían resumirse en los siguientes: I) los medios masivos de comunicación, y entre ellos: 1) los periódicos -la crónica social, -las fotos, las caricaturas (el Bobo de Abela y el Loquito de Nuez); 2) las revistas (en particular, Bohemia) 3) las novelas radiales, el folletín (y sus autores principales Caignet y Buesa, Iris Dávila, Dora Alonso y Caridad Bravo Adams); II) moral y costumbres: 1) la trompetilla; 2) los cantos populares: la Chambelona 3) los duelos; 4) las bebidas cubanas: el daiquiri; 5) el juego; III) Figuras de la cultura cubana: Grenet, Carpentier, Pedroso, Carbonell; IV) La vida republicana: 1) la política (presidentes, militares, senadores y representantes); 2) los grandes capitales privados; 3) de bandoleros y de patriotas; 4) sucesos sonados: El Hotel Nacional, el castillo de Atarés; grupos sociales: los chinos y los judíos; 5) los crímenes políticos.
Mediante esta selección, el lector asiste a algunas de las representaciones de la vida republicana, pero la voz del buen cronista que las pone en escena, no editorializa, no adoctrina, simplemente deja que los hechos hablen por sí mismos. Algunas zonas le llaman la atención: la historia del periodismo cubano, las figuras de la política, las de la cultura y las del ámbito popular. Sus fuentes residen en una memoria histórica: un anecdotario que obtiene a través de los testigos, pero igualmente, en datos librescos, en autoridades en la materia de la cual se ocupa: de Fernando Ortiz y Jorge Mañach, a Esteban Pichardo, Enrique de la Osa y Adelaida de Juan. Cuidadoso de la Gran Historia, de aquella registrada y codificada, al autor le interesa también la pequeña historia, la que no está en los libros y la tradición de la ciudad letrada. Y en esa pequeña historia surgen los aspectos inéditos, originales, de relatos de vida, a veces de leyendas casi, que forman parte de un imaginario colectivo.
De esta manera, el autor se torna cuentero y se desplaza de la posición del periodista de oficio, lupa en mano, entomólogo, investigador, al del narrador que ensarta sus historias con un sentido del ritmo, de la intriga y del desenlace. En algunas de estas crónicas asoma el relato detectivesco, que combina los entresijos de la vida política con los avatares de los destinos individuales, donde el azar no deja de estar presente. Hay en estas crónicas material novelesco, tanto por lo inédito de ciertas situaciones, como por el orden en que el cuentero las va contando, eso que podría denominarse como la trama.
En ese orden narrativo, en ese procedimiento de dosificación, de encadenamiento, de suspense, reside el atractivo de muchas de estas historias. En otras de ellas resaltan el diseño de un tipo social, de un perfil psicológico, y de aquellos indicadores que son el resultado de la conocida relación entre el Hombre y su Circunstancia, y que apuntan hacia la constitución de una idiosincrasia y de un inconsciente colectivo. El cuentero incorpora a esos arquetipos a su arsenal de personajes, los estudia, los pone en acción, y les insufla un soplo de vida. Para lograrlo, su lenguaje se adecua en el tono y en los giros lingüísticos a los ambientes en que se mueven. Si estas crónicas de Ciro Bianchi Ross son otro lado de la historia republicana, también lo es el registro idiomático que en ellas se inscribe.
La República emerge entonces no sólo en sus esplendores y sus miserias, en sus resplandores y sus sombras, en sus arquetipos y en sus figuras, sino que también emerge en su lenguaje. Un inventario exhaustivo de los giros y los cubanismos empleados por el autor sirve a la recuperación de esa zona de nuestra Historia/historia, pero sobre todo, como discurso sonoro que ambienta la vida de los personajes que por ellas transitan. Giros provenientes de los juegos: “salió como bola por tronera”/ “dio un palo periodístico” /”se viró con fichas”/”devolver la pelota”/”tirar bola negra”; y coloquialismos: “terminó como la fiesta del Guatao”/ “llevarse en la golilla”/”dorar la píldora”/”hacer una ponina” /”la cosa está de yuca y ñame”/; “poner la tapa al pomo”/”la cosa está de anjá”, entre otras delicias del español de Cuba.
Ciro Bianchi Ross tiene el olfato del investigador, pero también posee el oído del narrador, y esta jugosa combinación le permite construir el escenario republicano de manera que sus historias enseñan, pero también deleitan. Si a esto se le añade la sonrisa de quien escribe, una sonrisa que se asoma de manera persistente, incluso cuando lo que se cuenta está en un momento de “yuca y ñame” (o sea, muy difícil), resulta entonces la lectura un aprendizaje que escapa a la gravedad, a la grandilocuencia o al panfleto. El humor siempre ha sido un excelente medio para desacralizar y llegar a la otra cara del envés. Así, se recupera entonces la sabrosura de una época en alguna medida sabrosa: por amena, entretenida y divertida.
Una época de sainete donde figuras operáticas como Orestes Ferrara, caricaturescas como Grau, o demoníacas como Batista no son las únicas que animan la vida de la joven nación, en la época fundacional de la post-independencia. El inventario de frases atribuidas a ciertos personajes/personeros de aquellos tiempos a veces suenan a invento o hallazgo narrativo, cuyo origen se ha perdido en el acervo popular, en las canciones, los motes, los apodos, las conguitas y los chistes con los cuales el pueblo resistió y agredió a los poco honrosos gobernantes locales. Pero si no son ciertas han sido bien halladas en estas historias del cuentero Ciro Bianchi Ross.
La Habana, 11 de mayo de 2008
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