Un hombre en la noticia/Ciro Bianchi Ross
Editorial Pablo de la Torriente, La Habana. 1989
Prólogo
Nunca he escrito una cuartilla que no sea por encargo
Se repite con frecuencia que un autor es siempre mal crítico de su propia obra, y yo no me atrevería a asegurar que seleccioné en estas páginas mis mejores trabajos periodísticos. Cuando se ha publicado mucho – tal vez, demasiado- y ése es mi caso, uno tiende a portar una suerte de antología ambulatoria que le permite olvidarse de muchas otras cosas a fin de no correr el riesgo de vivir aplastado por ellas.
Si antes de recibir la proposición de la editorial Pablo de la Torriente, de la UPEC, para publicar este libro, alguien me lo hubiera preguntado, yo habría podido responderle cuáles de mis reportajes, entrevistas, crónicas, comentarios, notas… dados a conocer a lo largo de más de 20 años, me satisfacían más. Pero abocado a esta selección, sucedió que algunos de esos textos se me cayeron de las manos en tanto que de la relectura emergían otros, relegados en la memoria y minimizados en una escala personal de valores, que comencé a ver de manera diferente. No digo que sean mejores ni más eficaces, pero son los que están aquí. Y antes de que alguien lo descubra, me apresuro a reconocer que este volumen, más que una muestra de mi quehacer profesional lo es, sobre todo, de mi trabajo más reciente, con el que me identifico más. Creo que a todos les sucede lo mismo.
Vi mi nombre por primera vez en letra impresa cuando tenía 17 años. Hoy, cuando releo aquel artículo inicial, que envié por correo a Luis Gómez Wangüemert, entonces director del periódico El Mundo, no me explico qué lo movió a publicarlo y, lo que es más, a pagármelo y a sugerirme una colaboración eventual en el diario. Lo cierto es que con aquellas dos cuartillas, las únicas que había escrito y que aparecieron en la página editorial, se decidía mi destino: a partir de ese momento, el periodismo condicionaría mis lecturas, mi vida personal, mis ambiciones.
A El Mundo siguió una colaboración más o menos sistemática en La Gaceta de Cuba, mensuario de la Unión de Escritores y Artistas, y ya en 1972 me vinculé a la revista Cuba Internacional, que dio portada al primer trabajo mío que acogió en sus páginas. Fue un momento particularmente importante de mi carrera, emocionante, diría mejor, pero hoy veo todo eso como mi prehistoria en la profesión. Aunque recogí en libro algunas de mis publicaciones de aquella época, fueron años en los que me debatí entre la duda y el complejo de ineptitud, y de noches enteras frente a un manojo de cuartillas acribilladas por las tachaduras. Creo que empecé a encontrarme conmigo con mi entrevista a René Portocarrero, en 1978. No es extraño entonces que el texto más antiguo que incluye este volumen sea precisamente ése.
Aquellos años dejaron ganancias positivas. Etapa de búsqueda y encuentro, me llevó a convencerme de que la meta primera y última de un reportero es la de hacerse imprescindible en su redacción, y procuré moverme libremente entre los géneros y no encasillarme en temas ni sectores, pues más allá de la especialización, hoy tan en boga, creo que un periodista que lo sea de veras tiene que ser capaz de abordar con eficacia cualquier asunto, aunque muy otras y distintas sean sus preferencias.
Entonces aprendí con Wilfred Burchett que los géneros periodísticos se respetan, se violentan y se mezclan a voluntad; con Lisandro Otero, que el buen reportaje es también literatura; con Enrique de la Osa, la dimensión cúbica de la noticia; y con Gregorio Selser, el respeto escrupuloso a las fuentes. Las entrevistas que conforman El oficio del escritor, me enseñaron cómo se hacía una entrevista, y en las crónicas de Elena Poniatowska y de Norman Mailler admiré una libertad y una soltura que nunca he podido conseguir en las mías. Carpentier periodista fue todo un maestro en el sentido más completo del término, y lo sigue siendo.
El tiempo no transcurre en vano. Hoy me encasquillo menos, la página en blanco deja de tener cara de enemigo y las palabras salen a veces con una facilidad que es también engañosa y perjudicial, pero aún me debato entre la incertidumbre y el complejo de ineptitud, y las noches son tan largas como las de antes para, al final, no sentirme casi nunca satisfecho en este oficio desolado, privilegiado y terrible, que uno ama y detesta a la vez.
Salvo las primeras de El Mundo, yo nunca he escrito una cuartilla que no sea por encargo. Esto quiere decir que son otros los que escogen mis temas y determinan el género en que debo tratarlos, y el tiempo que les puedo dedicar.
Este libro es como una barraca de feria, un cajón de sastre, tan heterogéneo y diverso como mi trabajo en todos estos años. En sus páginas quise recoger una muestra de aquella parte de mi labor que guarda relación con el reportaje y la crónica. Tiene, sin embargo, un denominador común, el hombre que hace posible la noticia y la protagoniza, un hombre excepcional a veces y otras común y humilde que aunque no lo sepa es también excepcional en lo suyo; la mal llamada “gente sin historia” que tiene casi siempre una historia muy rica que contar.
Excepto “La rusa de Baracoa”, que apareció en la revista Revolución y Cultura, todos estos materiales vieron la luz originalmente en Cuba Internacional. Eso explica el porqué de algunas aclaraciones que huelgan para el lector cubano. Al final de cada uno de los textos se consigna el año de su publicación. El orden con que se insertan pretende atenuar la probable fatiga de quien los lea.
No retoqué estas páginas aunque estuve tentado de hacerlo, y sólo en muy pocos casos, como el de “Federico en Cuba”, precisé detalles que quedaron claros tras una ardua investigación posterior que quizás algún día recoja en libro. Retocarlas no tenía sentido; distorsionaría la intención de un volumen con éste. Ya se sabe que el hombre es un instante sensorial infinitamente polarizado; de volver a enfrentar estos temas con una cuartilla, pocos quedarían de la misma manera.
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