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CBianchiRoss/Vida y Obra

Opinión

Ciro Bianchi, el memorialista

Ciro Bianchi, el memorialista

 

Laidi Fernández de Juan

Este periodista habanero nacido en 1948, se ha convertido, sin duda alguna, en uno de los escritores más prolíficos de los cuales tenemos noticia. En su afán por conservar la memoria de tiempos idos, carga en su haber de escritor cerca de diez libros, la mayoría de los cuales está integrada por sus entregas periódicas a la prensa. De igual forma, este cronista del ayer hace gala de su generosidad al facilitar que circulen en formato digital sus escritos, bajo el irresistible anuncio de “Ciro te recomienda”.

No solo los cubanos y las cubanas que permanecemos de este lado del mundo esperamos la llegada de sus mensajes: muchos de quienes se encuentran en otras latitudes lo hacen periódicamente, entre otras razones porque todos y todas sentimos que gracias a sus investigaciones, a su memoria, y a su empática forma de contar, permite descubrir hechos y reencontrarnos con el país donde nacimos. La densidad de algunos libros de Historia; la franca parcialización de sus autores, o simplemente la extensión desmesurada de los textos, provoca cierta resistencia en el público lector, sobre todo el más joven. Nada de esto ocurre con las lecciones de Ciro Bianchi, caracterizadas por la ligereza, la simpatía, el buen gusto, y también, ¿para qué negarlo? son muy aceptadas popularmente porque devela misterios, descubre noticias secretas tanto de personas como de momentos, de avenidas y de construcciones, en fin, de todo un universo integrado por el país que fuimos.

Ciro Bianchi logra transportar al televidente (cabe elogiar el Programa Como melo contaron, sustentado también por las dotes narrativas de este periodista memorioso) y al lector, hasta tiempos que parecen remotos, pero cuya impronta está al alcance de todos, sin que lo sepamos. De esta forma, revisitamos aquellos sitios que nos parecían carentes de atractivos, o revaloramos a figuras históricas de antaño que dormían injustamente, sin que nadie les reconociera sus méritos o sus desmanes, para al cabo, darnos cuenta de cuán rico es nuestro pasado.

A pesar de que los textos de Ciro ya forman parte de nuestra cultura inmediata, en el sentido de que hemos incorporado su lectura a nuestra realidad cotidiana con la misma naturalidad con que escuchamos las noticias diarias, cuesta trabajo, sin embargo, clasificarlos. ¿Cómo se le llama a un texto escrito hoy, acerca de un hecho ocurrido hace, por ejemplo, ochenta años? ¿Qué nombre recibe quien reseña un suceso de un siglo atrás? No digo que tenga importancia delimitar estos términos, es solo que resulta curiosa la pobreza del lenguaje en estos casos. Es evidente que no estamos en presencia de un cronista, si nos ceñimos al concepto de que una crónica es un artículo de prensa sobre temas de actualidad, ni tampoco sería correcto afirmar que Ciro es un escritor puramente costumbrista, ya que la costumbre de un país, o sea, el conjunto de sus inclinaciones y hábitos, varían con el paso del tiempo. Entonces, si tenemos en cuenta que el diccionario señala una palabra que se acerca a lo que hace este autor, no me queda más opción que decir que se trata de un cronicón (crónica antigua).

La fonética de dicho vocablo no ayuda, lo reconozco, porque dan deseos de decir: Más cronicón serás tú, pero esto es lo que se ajusta a sus amenísimos escritos, académicamente hablando. En pocas palabras, parece que Ciro hace cronicones según el uso correcto del vocabulario, pero entre nosotros, identificamos sus páginas como estampas del ayer, aunque parezca el anuncio de una noveleta radial. Estoy segura de que los grandes estamperos cubanos, estarían más que satisfechos al ver el nombre de Ciro al lado de los suyos. Pienso en el Emilio Roig de El caballero que ha perdido a su señora, del año 1923, en el Jorge Mañach de las Estampas de San Cristóbal, del año 1926, y en el Eladio Secades de lasEstampas, de 1941 a 1958. Es una suerte para Cuba contar con un memorialista como Ciro Bianchi.

Muestra de su tenacidad, es que solo en el pasado año 2012, vieron la luz dos nuevos libros suyos: Viendo La Habana pasar, por Ediciones Boloña, que contiene cien anotaciones históricas al pie de igual número de dibujos hechos por Evelio Toledo, y Contar La Habana, compilación de ochentas seis de sus más recientes artículos, publicados por Ediciones UNION. Además de la ya señalada amenidad en las páginas “cirobianchescas”, otro aspecto que destaca es la capacidad de provocarnos asombro.

Cuando ya presumimos de conocer los recovecos, las interioridades y la vida profunda de nuestra Habana, si es que alguna vez caemos en la tentación de hacerlo, aparece una nueva historia antigua salida de esa mezcla de estudio serio con gran dosis de gracia criolla que parecen ser las armas fundamentales de Ciro Bianchi, y el resultado es la enseñanza de algo que ignorábamos. Respetando aquello que pertenece a la imaginería popular, como pueden ser las historias de La casa de las tejas verdes, la de Marcolina o los suicidios en La Manzana de Gómez, este periodista traslada las versiones de ayer para mostrarnos de dónde venimos, cómo éramos, y así, sin que nos demos cuenta, labrarnos el mapa de nuestras más ocultas verdades. Sean bienvenidas estas nuevas entregas de artículos en forma de libros, y loado sea el autor que las regala, llenándonos de conocimientos y de humor.

Fuente: La Jiribilla, nro. 642

Ciro Bianchi: el cronista de una Cuba que pocos recuerdan

Ciro Bianchi: el cronista de una Cuba que pocos recuerdan

12:51h. Fuente: NOTIMEX

La Cuba que muchos desconocen, muy pocos recuerdan y otros quisieran
sepultar en el olvido, es una obsesión en la narrativa del veterano
periodista cubano Ciro Bianchi Ross. Columnista del diario Juventud
Rebelde, con tres programas de radio y uno de televisión, su labor es
elogiada por quienes admiran cómo rescata temas arrinconados en el
imaginario popular. "Lamentablemente, la historia (de la república de
1902 a 1958) ha sido mal contada, hay personajes que han sido
maltratados, escamoteados, casi borrados del escenario nacional",
señaló en entrevista con Notimex. "Ahora surge en los jóvenes un
interés por saber quiénes eran, qué hicieron, por qué los han
relegado. Ayudarlos en eso a mí me satisface mucho", agregó el también
colaborador de varias revistas cubanas. “Yo tengo ejemplos de eso.
Estar en un parque y ver a muchachos de 17 y 18 años que están
practicando deportes y me dicen ‘maestro cuénteme tal cosa’”. De
acuerdo con estadísticas oficiales, siete de cada 10 de los 11.2
millones de habitantes nacieron después del triunfo de la Revolución
en 1959 y sólo conocen el sistema socialista instaurado por Fidel
Castro tras llegar al poder. Las crónicas de Bianchi, de prosa
directa, abordan temas por lo general omitidos por la historiografía
oficial, que prefiere insistir sobre los "males que aquejaban al país”
del pasado pre revolucionario en la llamada "Cuba semi colonial". Sus
trabajos, de acuerdo con el escritor Leonardo Padura, autor de "El
hombre que amaba a los perros", profundizan en "historias, personajes,
situaciones peculiares, singulares, olvidadas o marginadas". Ha
escrito anécdotas, con datos inéditos, sobre personajes, sitios y
aconteceres de la historia de la Cuba republicana que, como todo lo
cubano, tiene defensores y detractores a ultranza. "Yo siempre pensé
escribir para el cubano de a pie, yo quería un lector que fuera mi
vecino, el bodeguero, el taxista, he buscado siempre ese lector",
confiesa el también autor de varios libros. Nacido en La Habana en
1948, durante años escribió para revistas que circulaban fuera de
Cuba, pero desde 2001 hizo realidad su deseo de comunicarse con sus
connacionales cuando comenzó a escribir en el diario Juventud Rebelde.
En la actualidad aparece en un programa semanal de la televisión
cubana ("Como me lo contaron te va") y en las estatales Radio Rebelde
y Habana Radio, así como en una emisora de la ciudad estadunidense de
Miami. "Yo creo que el programa de televisión tiene impacto porque
llevo a la gente a los lugares y señalo: ‘aquí estuvo, aquí fue, aquí
se hizo, aquí ocurrió’. Entonces la gente empieza a verle a La Habana
otra dimensión", indicó. "Mi interés es lograr que el oyente o
televidente pase un rato agradable y a la vez le transmito algo que no
sabía. Si además de eso lo incito a interesarse, a ahondar, a
polemizar, pues entonces considero que el objetivo está plenamente
logrado". En su labor como cronista, que deja a los hechos hablar por
sí mismos, sin editorializar, se apoya en su memoria, las entrevistas
a testigos de los hechos y la consulta obligada de fuentes históricas.
En tiempos más recientes se ha dedicado a hurgar en temas de la
farándula, como el afamado teatro Shanghai, del barrio chino de La
Habana, "que la gente solo ve como un teatro pornográfico, de
coristas, donde se decían palabras obscenas". "La crónica cubana está
llena de agujeros negros. Oyes hablar mucho del Floridita (refugio de
Ernest Hemingway), y de Tropicana, nadie le quita sus méritos",
expresó el investigador que gusta contar la visión íntima de los
acontecimientos. "Pero existieron otros lugares de recreación como el
cabaret Sans Souci, el Montmartre, el bar Sloppy Joe, el Panamerican y
tú te preguntas ¿bueno, y la historia de esto dónde está?". Bianchi
comentó que recibe muchas llamadas telefónicas y correos electrónicos,
porque "la gente agradece el rescate de una historia que se perdió
(...) y te cuenta cosas que te van ayudando a conformar una historia".
Ha sido jurado de varios certámenes periodísticos y literarios, y ha
visitado como periodista y/o escritor México, Colombia, Perú,
Nicaragua, Bulgaria, Estados Unidos y Puerto Rico. En 1992 obtuvo el
Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí y ha sido acreedor de
otras condecoraciones. Es considerado un maestro de la entrevista y el
reportaje. Entre sus obras más conocidas figuran "Voces de América
Latina" (1988), "Tras los pasos de Hemingway" (1993), "Pasaje a La
Habana" (1997), "Así como lo cuento" (2004), "Memoria oculta de La
Habana" (2005) y "Yo tengo la Historia" (2008).

Ciro Bianchi Ross: artífice del periodismo literario cubano

Ciro Bianchi Ross: artífice del periodismo literario cubano

Jesús Dueñas Becerra

La sala “Martínez Villena” de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC), fue el contexto idóneo para proyectar el documental
“Cuentero con oficio”, de la realizadora y periodista Susadny González
Rodríguez, producido por la UNEAC y el Centro de Desarrollo Cultural
Octavio Cortázar, y dedicado al maestro Ciro Bianchi Ross por sus 43
años de consagración al ejercicio periodístico.

Las palabras de presentación estuvieron a cargo del doctor Miguel
Barnet, presidente de la UNEAC, quien calificó esa actividad festiva
como un privilegio para el gremio de escritores y artistas que él
preside, y al ilustre homenajeado como puente de unión entre los
cubanos (no importa donde vivan), devenido ojo avizor y penetrante que
visualiza -como pocos- la esencia misma de la historia de Cuba. Por
otra parte, centra su atención e interés en la microhistoria,
lamentablemente relegada a un plano secundario por la mayoría de los
historiadores.

De ahí, que uno de los principales artífices del periodismo literario
en nuestra geografía insular sea valorado por el también presidente de
la Fundación Don Fernando Ortiz como un historiador y cronista… único
e irrepetible.

En el documental “Cuentero con oficio”, el actor Jorge Ferdecaz, ex
conductor del espacio “Como me lo contaron ahí va”, que transmite
semanalmente el capitalino Canal Habana, entrevistó a uno de los
mejores entrevistadores con que cuenta la prensa cubana contemporánea.

En sus respuestas a las preguntas formuladas por el joven actor,
Bianchi Ross hizo un recorrido -a vuelo rasante- por la historia de la
Cuba republicana (1902-1958), la cual -según el también columnista de
“Cuba Internacional” y del diario “Juventud Rebelde”- está, en
ocasiones, muy mal contada, o lo que es peor, tergiversada. Si bien no
adultera el hecho histórico en sí, le confiere un tono humorístico que
-sin duda alguna- lo distingue.

Su “personaje preferido” es La Habana, y como figura histórica digna
de estudio, el doctor Carlos Prío Socarrás, ex presidente de la
República de Cuba entre 1948-1952; año en que fuera derrocado por el
golpe de estado perpetrado por Fulgencio Batista y Zaldívar.

Los géneros periodísticos predilectos de ese maestro de la pluma y el
gracejo criollo son la crónica y la entrevista. Respecto a las
personalidades de la cultura iberoamericana entrevistadas por Bianchi
Ross describió -como sólo él sabe y puede hacerlo- las dificultades
afrontadas para poder entrevistar, por ejemplo, a los escritores Alejo
Carpentier y Augusto Monterroso.

Al autor de “El siglo de las luces”, porque le vetó las preguntas en
las que había pensado estructurar la entrevista, y a Monterroso,
porque le prohibió tomar notas o grabar las respuestas a las
interrogantes que -en ese contexto- le formulara.

Para Ciro, su paradigma periodístico era -es y será- el maestro
Enrique de la Osa, director de la sección “En Cuba”, de la centenaria
revista “Bohemia”, ya que ejerció una marcada influencia en su
formación como periodista, y le enseñó -mediante el ejemplo vivo- que
para ejercer rectamente nuestra profesión hay que ponerle corazón
(“bomba”) a lo que uno escribe (no importa el medio).

Entre otros temas, que -en su opinión- no podía soslayar u olvidar,
hizo una valoración muy satisfactoria de la obra poético-literaria y
periodística de Don José Lezama Lima (1910-1976), cuyo centenario
celebramos este año, y a quien considera uno de los mejores poetas y
novelistas cubanos de todas las épocas y de todos los tiempos.

Su relación profesional y amistosa con ese gigante de las letras
caribeñas y universales le costó una injusta sanción en la “época
gris”, en la cual el autor de “Paradiso” era vilipendiado por los
roedores de la inteligencia y el talento ajenos, que -según José
Martí- se alimentan del odio y la envidia.

Casi al final de ese material audiovisual, el destacado intelectual
cubano le susurró al oído a su entrevistador que es un hombre
realizado, no porque sea lo que dicen que es en el campo de la prensa
cubana, sino por el amor y la pasión que le dedica a todo cuanto hace,
aun a aquellas cosas -al parecer- más sencillas e insignificantes.

Le encanta re-leer las crónicas dominicales que escribe para “Juventud
Rebelde” o los materiales periodísticos que redacta para los medios de
prensa con los cuales colabora habitualmente, porque -admitió-
constituye una gran alegría… como si fuera la primera vez que ve su
nombre en letra de imprenta.

Por último, se autodefinió como un ser humano sencillo y humilde por
naturaleza, y de acuerdo con su filosofía de la vida, “la suerte hay
que hacerla y las oportunidades -cuando se dan- hay que
aprovecharlas”, concluyó.


Sigfredo Ariel: Un hombre iceberg

Sigfredo Ariel: Un hombre iceberg

Ciro es un hombre-iceberg. Sospecho que de cada asunto sobre el cual escribe sabe mucho más de lo que pone en la cuartilla. En realidad, no lo sospecho, es evidente. Es un gran lector, un lector minucioso y rápido, que tiene la curiosidad como divisa,de ahí que los asuntos de su interés sean tan variados. Posiblemente sea el Gran Inquisidor de nuestras letras, ahí está el tomo de sus entrevistas (pocas, en relación a las que ha realizado).

Tiene un claro sentido de la dramaturgia a la hora de estructurar sus crónicas; maneja la tensión y cierto "suspense", que lo acerca a la narrativa de manera muy eficaz, sin alardear de ello y sin falsos arranques líricos. Huye de la sensiblería y del ahuecamiento de la voz, que suele ser tentación frecuente en trabajos de corte histórico. Ni panfleto ni moraleja, eso nunca, ni mojigatería.   

Ciro persigue la naturalidad, la encuentra siempre. Su prosa es móvil, viva. Tiene la sabiduría de contener la emoción, el arranque apasionado, la desmesura. Sus iluminaciones (las que comparte con el lector, de antemano considerado cómplice) tienen su raíz en la veracidad del dato descubierto, el hallazgo. Su compromiso con la página es de orden histórico. Fatiga archivos con ojo alerta, no cree en la primera agua de la primera fuente, conoce la existencia de los múltiples planos de la realidad contada, memorizada, mediatizada en periódicos o libros: él va a lo hondo, procura arribar al tuétano, en ocasiones ingrato o alejado de nuestras expectativas o intereses. 

Pudo, pues humor no le falta, ser el costumbrista simpaticón, el comentarista de ámbitos "criollos", de escenitas populares, pero no: Ciro no es caricaturista, sino retratista, o fotógrafo en todo caso, por no decir, sencillamente, historiador. Su humorismo contiene sorna, inteligencia, no chiste ramplón ni payasería. Él ha historiado muchas cosas cubanas consideradas más o menos menudas (origen de cierta música, la formación de un barrio o un edificio, la anécdota sobre el prócer o el bandolero...). Así ha dibujado escenarios y ha recuperado del olvido -o la desidia- rostros y detalles afluentes que alimentan el curso de la Gran Historia, es decir, la humanizan.   

 

Olga Marta Pérez: Un gran comunicador

Olga Marta Pérez: Un gran comunicador

Ante todo Ciro Bianchi es un gran comunicador, y es también un trabajador incansable, son dos pilares fundamentales que le han permitido tener una extensa obra de gran calidad y que tiene una gran cantidad de lectores: esto último se debe también a que sus artículos y entrevistas son de una gran eficacia y la diafanidad de sus textos le permite llega a una mayor cantidad de público.

La prosa de Bianchi es desenfadada y directa, al tiempo que mantiene una determinada tensión para atrapar al lector y mantenerlo atento y pegado a la letra hasta el final. La elección de los temas es también una de sus grandes cualidades. Temas que le permiten trascender el tiempo, es un periodismo atemporal si se quiere mirar de esa, o, mejor, con la excelencia que le permite burlar la temporalidad.  

Leonardo Padura: Capacidad de ver

Leonardo Padura: Capacidad de ver

Ante todo en la elección de los temas: sin ser un periodista noticioso, o precisamente por no serlo -en lo esencial- ha dedicado buena parte de su trabajo a profundizar en historias, personajes, situaciones peculiares, singulares, olvidadas o marginadas. Sobre ellas Ciro realiza dos ejercicios: el de la investigación o el de la penetración. Cuando escribe sobre un tema, por lo general investiga, o tiene la capacidad para ver un poco más allá que el común de los periodistas, y, por una u otra vía, ofrecer una mirada reveladora. Esto ocurre tanto en sus reportajes y crónicas como en sus entrevistas. Ciro, además, no ha caído en la tentación de hacer poesía con su periodismo -algo que, dado su dominio del lenguaje bien pudiera haber hecho- como se puso de moda en Cuba luego de los experimentos periodísticos de los años 1980, cuando se utilizaron muchos recursos literarios para hacer crónicas y reportajes, y algunos periodistas confundieron recursos y lenguajes propios de la narrativa para caer en la retórica de una falsa poesía periodística -de bastante mal gusto. Por el contrario, Ciro sigue usando un lenguaje periodístico, muy ajustado a los temas, y ha utilizado siempre un recurso que otros periodistas olvidan y que es más válido: entender el texto periodístico como una construcción dramática, casi como un relato en el que se envuelve al lector con la dosificación de la información para conseguir un efecto dramático, con introducción, nudo, clímax y desenlace.

 

 

 

Para que las piedras vuelvan a ser imágenes

Para que las piedras vuelvan a ser imágenes

Sigfredo Ariel

 

En víspera de su centenario, José Lezama Lima se nos va completando más, como una ciudad a la cual le van creciendo anillos.

A la decisión del Instituto del Libro de re-editar toda su obra –entendiendo esta como el conjunto de sus libros publicados– se suman y sumarán a lo largo del año 2010, otros volúmenes que recogen textos aparecidos en revistas y periódicos, algunos pocas paginas inéditas, y si hay suerte, se re-editará su Antología de la poesía cubana, antes del próximo diciembre.

Por el aniversario lezamiano aparecerán (están apareciendo, imprimiéndose o escribiéndose ahora) libros de entrevistas, ensayos y materiales críticos que le han dedicado otros autores a su literatura. ¿Quién duda que la suya es de las más atractivas de nuestra historia? ¿Quién habla en estos días de hermetismo y oscuridad? ¿Quién se queja hoy de no entender a Lezama?

Aunque sean, en general, considerados como suburbios de un centro principal, o sea, del grupo de sus libros de poesía, ensayo y novela, los anillos que se van añadiendo a su obra a partir de textos «redescubiertos», rescatados de la dispersión, ensanchan considerablemente la luz que de manera creciente se ha venido echando en los últimos veinte años (y más) sobre su literatura, y sobre el rostro del singular hombre cubano que fue Lezama.

Si ha habido una linterna constante sobre el autor de Paradiso, es sin duda la que mantiene encendida Ciro Bianchi Ross. En otra página relaté el servicio inapreciable que significó la aparición su compilación Imagen y posibilidad para mi generación, advertida por toscos funcionarios desde muy temprano de los peligros que significaba cualquier acercamiento a Lezama, por razones que ahora, a la vuelta de un par de décadas, parecen absurdas, inconcebibles para los más jóvenes que no conocieron (ni padecieron) las últimas brazadas del muy llevado y traído quinquenio gris, decenio negro o como quiera llamarse a aquel periodo de terror burocrático que clamaba por un supuesto «papel activo del intelectual en la sociedad socialista» en el cual no encajaban las aventuras sigilosas de un autor oscuro, pornográfico y católico por añadidura, sino el panfleto de urgencia política y la chatura formal.  

El Lezama periférico recogido por Ciro Bianchi a inicios de la década del 80 no sólo sirvió a los jóvenes de entonces como herramienta que blandir contra amenazantes mediocridades, sino como complemento para la lectura de una obra en la cual nos adentrábamos fascinados. Allí estaban, entre otras revelaciones, su carta abierta a Jorge Mañach en Bohemia, varios reveladores editoriales de Orígenes, y sobre todo el hondo texto que es «La posibilidad en el espacio gnóstico americano» del cual salta el ángel de la jiribilla: «fabulosa resistencia de la familia cubana. Arca de nuestra resistencia en el tiempo, cinta de la luz en el colibrí, que asciende y desciende, a la medida del hombre, como un templo, como una luz instrumentada por Anfión, del linaje de Orfeo.»

En 1981 Imagen y posibilidad cumplió un rol libertario. Con ese libro, dije alguna vez, «Ciro nos puso a Lezama en el plano terrenal», abrió una puerta nueva para contemplarlo mejor, y puso humildemente su linterna en el umbral a través un prólogo que concluye así:

 

Advertimos al lector que esta compilación no es exhaustiva. A pesar del cuidado con que creemos haber trabajado, no nos atrevemos a garantizar que todo lo que hubiésemos deseado que estuviese, se encuentre en este libro. No nos preocupa, sin embargo. Dice Kenko en el Libro del ocio: «Es más interesante dejar las cosas incompletas, esto otorga la plácida sensación de que hay lugar para la prolongación de la vida. Hasta cuando construyen un palacio imperial, siempre dejan un lugar inconcluso».

            Quizás mañana, hojeando una publicación, nos salte un artículo disperso. Será maravilloso, pues vendrá a confirmarnos que Lezama está aún entre nosotros.

Esta alegre confirmación (o profecía de Ciro) se verifica ahora en Lezama disperso. Publicado por Ediciones Unión, con gran tirada, suma un nuevo anillo, una onda más –y no estrecha– a la bibliografía lezamiana, a la presencia de Lezama en la actualidad literaria cubana.

Aquí nos reencontramos con los textos en prosa que en 1988 aparecieron en las páginas de la Revista de la Biblioteca Nacional, en un número que, recuerdo con su fea portada gris, estremeció a los lezamianos furibundos, comando siempre alerta, como la divisa de los pioneros, quienes bebimos aquellas páginas que habían permanecido inéditas hasta entonces con avidez y gozo. (Por cierto, en esa entrega de la Revista de la Biblioteca... –excusen la digresión— se halla el poema conmovedor que Lezama dedicó a un par de zapatos que en medio de días de penuria material le enviaron de regalo sus hermanas, página que espero no se eche de menos en la nueva edición de su Poesía completa.)

Al grupo de trabajos reunidos en el año 88 en la Revista de la Biblioteca Nacional, ahora reproducidos en Lezama disperso pertenece «La egiptización americana» y «Triunfo de la Revolución Cubana», textos que dialogan vivazmente con «Imagen de América Latina», –publicado en Bogotá en 1972– en el entorno de una de las preocupaciones primordiales del escritor: la América nuestra como paridora y al mismo tiempo corpus de la imago: «La imagen termina por encarnar en la historia, la poesía se hace cántico coral», dice Lezama en el último de los artículos mencionados, para concluir: «En el centro de la historia americana, en el quincunce del espacio incaico, sigue ganando las más decisivas batallas por la imagen, las secretas pulsaciones de lo invisible hacia la imagen, tan ansiosa de conocimiento como de ser reconocida.»

La noción lezamiama de la imagen como «causa secreta de la historia», –frase con la cual inicia el primero de los artículos reunidos en Imagen y posibilidad, se desarrolla y ramifica en muchas de sus páginas, en especial cuando alude a José Martí: ser de milenaria sabiduría, dice Lezama, refiriéndose al Apóstol, sin temblarle la mano, en el texto «Hallazgo, encuentro, descubrimientos...», publicado en la revista Unión.

De los trabajos que Lezama dedicó a la obra de Mariano Rodríguez, se encuentran tres de ellos aquí. El más antiguo está fechado en 1943, el segundo fue escrito para el catálogo de una exposición que el artista compartió con Lozano en 1949, publicado mismo ese año en Orígenes. En el tercero y último (también concebido como notas de catálogo) el poeta saluda en 1962 la madurez creativa de su amigo pintor con esta frase extraordinaria: «Dichoso Mariano que ha podido ver los cuatro grandes ríos: el Ganges, el Sena, el Amazona y el Almendares. (...) Si se reúnen en la imagen los cuatro grandes ríos –dice unas líneas después– se logra la extemporalidad, la isla de la dormición germinativa que busca la casa del árbol: la voluptuosidad arbórea, porque la fluencia del río es siempre una prueba.»

 En el curso fluvial de Lezama disperso aparecen varios otros islotes y deltas deleitables, de ellos me gustaría destacar su «Conversación con Paul Valéry», sus párrafos de recuerdo a Guy Pérez Cisneros, el saludo que dedicó a los poemarios Las mágicas distancias y A nadie espera el tiempo de Cleva Solís en 1961 y como pícara curiosidad, un delicioso texto fechado en 1948 titulado «Los zurdos», que quizás (quizás, porque no se ha podido precisar el propósito conque fue escrito) formaba parte de las Sucesivas, que publicó primero en el Diario de la Marina y luego recogió en Tratados en La Habana. Con mano cáustica en «Los zurdos» fustiga la mediocridad intelectual de ciertos escritores cubanos de la época «productos de la actual desintegración política, [que] pasan a la cosa intelectual en su terrorismo pornográfico y su viveza de tropical perezoso.» Y continúa el retrato: «Son los zurdos, combaten a aquellos que por natural jerarquía les pueden enseñar de todo y a los que envidian con celo cainita.»

De especial interés son sus respuestas a la encuesta que sobre «Literatura y sociedad» promovió Enmanuel Carballo para la Revista Mexicana de Literatura en 1956, año del cisma de Orígenes.  

El volumen reproduce también la trascripción de sus palabras en el panel dedicado a Julio Cortázar y su Rayuela en 1967, organizado por Casa de las Américas, donde Lezama no tuvo reparo alguno en expresar del argentino: «Sus dones críticos me parece son superiores a sus dones de creador. Lo que sabe, en él es más poderoso que lo que desconoce, y en un escritor grande, poderoso, lo que desconoce tiene que ser mucho más fuerte que la corriente crítica.»

En la conversación sobre Cortázar, en la cual participaron Roberto Fernández Retamar y Ana María Simo, el hombre de Enemigo rumor moviliza, para argumentar apreciaciones y comparaciones, sus juicios (algunos verdaderamente inquietantes) acerca de Joyce y Proust, Borges, Marechal, Flaubert, Chejov, Valéry, Raymond Russell, Dostoievsky, John Donne y muchos autores más. Yo me pregunto, imaginándola: ¿fue realmente una conversación aquella? Por lo pronto, resulta delicioso leerla ahora.

En Lezama disperso está el testimonio de la gran caída espiritual que significó para el escritor la muerte de su madre en 1964; una serie de apuntes sobre Paradiso que de seguro servirán de claves a estudiosos y críticos de la novela, y su oración ante la caída en combate del presidente chileno Salvador Allende.

Este libro rescató además, de las páginas de Verbum, «Gracia eficaz de Juan Ramón Jiménez y su visita a nuestra poesía», ensayo que no sólo contiene una afilada crítica a la obra poética de varios cubanos –y a la errancia de la crítica literaria  nacional de entonces–, sino que permite vislumbrar cómo, a través de sus comentarios sobre la antología La poesía cubana en 1936 realizada por el poeta español, maduraba el temprano e intransferible punto de vista sobre la asunción de la escritura y el hecho poéticos que poseía el joven Lezama, ideas y circunstancias que son esclarecidas en un par de extensas notas del compilador paciente y enterado que es Ciro Bianchi, quien muy pocas veces abandona los textos lezamianos a la suerte que puedan correr con el lector, sino que aparece ­–diría Gabriela Mistral sobre el papel de las notas–, como un diablillo puntual para desaparecer enseguida que concluya su tarea.

Por ejemplo: Bianchi comenta al pie (y documenta) el caso de Emilio Ballagas, que es atacado aquí con mano dura por Lezama, quien lo redimiría años después, tras la muerte del camagüeyano, en el artículo «Gritémosle ¡Emilio!», recogido en Imagen y posibilidad, compilación que a mi juicio, precisa ser re-editada ya o al menos, mientras tanto, ser repasada otra vez por el lector de Lezama disperso.

Así, en un cercano punto del camino, nos convenceremos que muy pocas veces los textos dispersos de Lezama Lima son andurriales, sino que encarnan acrecimientos de su obra, de su pensamiento, y también de sus contradicciones. Festejemos en este recorrido la compañía de Ciro Bianchi, quien hace las veces de Virgilio con su linterna alzada sobre la altura de nuestras cabezas –igual que aparece el latino en el grabado de Doré–, no para que nos auxilie a descender al Hades, sino para continuar andando tan campantes por el bosque de la imagen, que plantó y continúa haciendo crecer José Lezama Lima.

Vidas de Ciro Bianchi

Vidas de Ciro Bianchi

Sigfredo Ariel

 

 

 

 

Para los escritores de mi promoción José Lezama Lima era un misterioso dios oculto, hasta que Ciro Bianchi Ross nos lo puso en el plano terrenal. Lo consiguió a través de un libro en el que recopiló artículos dispersos y crónicas más o menos olvidadas que Lezama había publicado en revistas y periódicos. También los editoriales de Orígenes –muy buena idea– y la luego muy llevada y traída respuesta al ataque que en Bohemia le dedicara Jorge Mañach.

Cuando a inicios de los años ochenta apareció aquel volumen, Imagen y posibilidad, en una colección que también, curiosamente, publicó a algunos de los escarnecedores del autor de Paradiso, los entonces jóvenes poetas tuvimos una herramienta que esgrimir ante prejuicios que flotaban en el ambiente. Estaban allí también, entre otras, las páginas de Lezama dedicadas al béisbol, al Che Guevara, a Alicia Alonso, a Carlos Manuel de Céspedes, al 26 de julio y al ángel de la jiribilla. Más que servir de arma contra funcionarios y profesores mediocres que insistían en lo de la torre de marfil, el escapismo y otras acusaciones por el estilo, lo importante era que desde las primeros párrafos del prólogo de Bianchi, Lezama comenzaba a balancearse en un sillón humano con una enorme breva y una sonrisa ya indestructible, medio socarrónica, medio angelical, que alumbraba un montón de cosas cubanas, entre ellas, su propia obra. Y se deshizo la maldición, y José Lezama Lima se puso de moda, hasta el sol de hoy.

Fue más compleja esta historia, claro está, pero me gusta contarla así, como si Ciro Bianchi hubiera decidido el momento de «descongelar» al autor de Aventuras sigilosas. Lo cierto es que, a partir de aquel volumen, Lezama perdió almidón y lejanía, «se nos ha hecho» más familiar, corpóreo, como un tío colosal que viene el domingo de visita  y se sienta frente a la fuente enorme de picadillo y congrí a hablar de las Termópilas.

Gracias también a Bianchi, que posee el don referir con naturalidad cosas portentosas a la vez que nos hace extraordinarios sucesos que otro hubiera pasado por alto –o le hubiesen importado un pito– hemos completado (o «redondeado») más de un relato narrado con precipitación y descuido, porque él ha humanizado terrenos áridos que ciertos manuales de historia intentan embutir a los educandos sin delicadeza alguna. Y por que él es hombre de observación ecuánime, recopilador del dato histórico fiel, más no ratón de archivo; amigo de la épica sin ampulosidad y de la palabra sin recalentamiento, pero no esclavo del manjar de la polilla. Ha encontrado una forma de decir, que no es pequeño hallazgo, y de una apostilla o una cita «saca» un artículo, una crónica amena, adjetivo que no por gusto ha caído casi en total desuso. Decir que uno es lector suyo no es ninguna novedad, pero envidiarlo verdosa y cotidianamente, tal vez sí. Quien redacta estas páginas no lo puede evitar.

Últimamente se le ha visto andando por los barrios de Colón, La Victoria, Pajarito, de hace cincuenta, sesenta, ¡ochenta! años y más, hasta llegar al inicio del siglo que pasó como el fotingo descapotable de una Macorina espectral que a su paso motiva encendidos comentarios de parroquianos de cuanta mesa de aires libres existe en la ruta Malecón, Galiano, Dragones y Zanja, hasta Infanta: dibujo cabalístico que encierra la Ciudad trascendente. Por esa runa penetra y sale cada vez que quiere.

Ciro Bianchi se ha acodado en negros mostradores de bodegas de gallegos a conversar con el recién llegado sobrino a la luz de un ron añejo, y también ha frecuentado establecimientos de chinos, quienes a su paso hacen crecer hasta el infinito una densa nube de vapor blanco, homenaje que le tributan los trenes de lavado y los iluminados sanfancones del barrio hermético. Ha entrado en cientos de cines de barrio, desvanecidos, con errantes Bertinis mudas, parlanchines cómicos, lánguidas Garbos, Saras García, llorosas sempiternamente, y ha fumado su monterrey sin filtro mientras suceden tandas de cantadores criollos con guitarras de los primeros novecientos, antes de que comience la película chirriante que distrae un pianista, y a veces, un piquete de circo con sus grandes timbales danzoneros.

Ha sido sorprendido en tránsito por las mal niveladas calles del 1840 habanero tras haber descendido de la primera guagua, yendo a encontrarse décadas después con Federico Villoch y ponerse a conversar en el año 35 en el bar Fausto, donde va el viejo Romeu a jugar billar con Amadeo Roldán, y más tarde está sentado junto a Lezama, al caer la tarde en la Lluvia de Oro de la calle del Obispo, mientras escucha una lección del Curso Délfico con una sonrisa de medio ganchete.

Orgullosamente tituló a uno de sus libros Yo tengo la historia, y al que cuenta estas y otras muchas cosas, Vida de Café, que se esfumó de los anaqueles apenas llegó a las librerías el año pasado. ¿Existirá un solo Ciro Bianchi Ross? Dudo de su unicidad mientras veo que demora una taza de café en un enorme lobby de hotel, allá en Matanzas, donde le acaban de editar este, su ¿más reciente? libro con viñetas que Conrado Massaguer concibió para el futuro, tal vez para acompañar estas vidas de café. 

Entro en Internet y está allí, y en una guía del país turístico, y en las notas de una edición crítica, y andando arriba-abajo por la calle Céspedes Sur, de Sancti Spíritus, y me saluda: «Estás perdido», dice estrechando mi mano en cualquier salón o patio de la isla, o en la pausa que deja una plenaria intrascendente o en una fiestecilla entrañable con amigos comunes y su esposa gentil. En la televisión está, y en La Gaceta de Cuba y en el diario del domingo.

Ciro Bianchi Ross lee y relee por nosotros, que apenas leemos, indica dónde buscar, dónde enterarnos, dónde está precisamente el sitio. Él llegó a cualquier lugar antes que nosotros, siempre.