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CBianchiRoss/Vida y Obra

Vidas de Ciro Bianchi

Vidas de Ciro Bianchi

Sigfredo Ariel

 

 

 

 

Para los escritores de mi promoción José Lezama Lima era un misterioso dios oculto, hasta que Ciro Bianchi Ross nos lo puso en el plano terrenal. Lo consiguió a través de un libro en el que recopiló artículos dispersos y crónicas más o menos olvidadas que Lezama había publicado en revistas y periódicos. También los editoriales de Orígenes –muy buena idea– y la luego muy llevada y traída respuesta al ataque que en Bohemia le dedicara Jorge Mañach.

Cuando a inicios de los años ochenta apareció aquel volumen, Imagen y posibilidad, en una colección que también, curiosamente, publicó a algunos de los escarnecedores del autor de Paradiso, los entonces jóvenes poetas tuvimos una herramienta que esgrimir ante prejuicios que flotaban en el ambiente. Estaban allí también, entre otras, las páginas de Lezama dedicadas al béisbol, al Che Guevara, a Alicia Alonso, a Carlos Manuel de Céspedes, al 26 de julio y al ángel de la jiribilla. Más que servir de arma contra funcionarios y profesores mediocres que insistían en lo de la torre de marfil, el escapismo y otras acusaciones por el estilo, lo importante era que desde las primeros párrafos del prólogo de Bianchi, Lezama comenzaba a balancearse en un sillón humano con una enorme breva y una sonrisa ya indestructible, medio socarrónica, medio angelical, que alumbraba un montón de cosas cubanas, entre ellas, su propia obra. Y se deshizo la maldición, y José Lezama Lima se puso de moda, hasta el sol de hoy.

Fue más compleja esta historia, claro está, pero me gusta contarla así, como si Ciro Bianchi hubiera decidido el momento de «descongelar» al autor de Aventuras sigilosas. Lo cierto es que, a partir de aquel volumen, Lezama perdió almidón y lejanía, «se nos ha hecho» más familiar, corpóreo, como un tío colosal que viene el domingo de visita  y se sienta frente a la fuente enorme de picadillo y congrí a hablar de las Termópilas.

Gracias también a Bianchi, que posee el don referir con naturalidad cosas portentosas a la vez que nos hace extraordinarios sucesos que otro hubiera pasado por alto –o le hubiesen importado un pito– hemos completado (o «redondeado») más de un relato narrado con precipitación y descuido, porque él ha humanizado terrenos áridos que ciertos manuales de historia intentan embutir a los educandos sin delicadeza alguna. Y por que él es hombre de observación ecuánime, recopilador del dato histórico fiel, más no ratón de archivo; amigo de la épica sin ampulosidad y de la palabra sin recalentamiento, pero no esclavo del manjar de la polilla. Ha encontrado una forma de decir, que no es pequeño hallazgo, y de una apostilla o una cita «saca» un artículo, una crónica amena, adjetivo que no por gusto ha caído casi en total desuso. Decir que uno es lector suyo no es ninguna novedad, pero envidiarlo verdosa y cotidianamente, tal vez sí. Quien redacta estas páginas no lo puede evitar.

Últimamente se le ha visto andando por los barrios de Colón, La Victoria, Pajarito, de hace cincuenta, sesenta, ¡ochenta! años y más, hasta llegar al inicio del siglo que pasó como el fotingo descapotable de una Macorina espectral que a su paso motiva encendidos comentarios de parroquianos de cuanta mesa de aires libres existe en la ruta Malecón, Galiano, Dragones y Zanja, hasta Infanta: dibujo cabalístico que encierra la Ciudad trascendente. Por esa runa penetra y sale cada vez que quiere.

Ciro Bianchi se ha acodado en negros mostradores de bodegas de gallegos a conversar con el recién llegado sobrino a la luz de un ron añejo, y también ha frecuentado establecimientos de chinos, quienes a su paso hacen crecer hasta el infinito una densa nube de vapor blanco, homenaje que le tributan los trenes de lavado y los iluminados sanfancones del barrio hermético. Ha entrado en cientos de cines de barrio, desvanecidos, con errantes Bertinis mudas, parlanchines cómicos, lánguidas Garbos, Saras García, llorosas sempiternamente, y ha fumado su monterrey sin filtro mientras suceden tandas de cantadores criollos con guitarras de los primeros novecientos, antes de que comience la película chirriante que distrae un pianista, y a veces, un piquete de circo con sus grandes timbales danzoneros.

Ha sido sorprendido en tránsito por las mal niveladas calles del 1840 habanero tras haber descendido de la primera guagua, yendo a encontrarse décadas después con Federico Villoch y ponerse a conversar en el año 35 en el bar Fausto, donde va el viejo Romeu a jugar billar con Amadeo Roldán, y más tarde está sentado junto a Lezama, al caer la tarde en la Lluvia de Oro de la calle del Obispo, mientras escucha una lección del Curso Délfico con una sonrisa de medio ganchete.

Orgullosamente tituló a uno de sus libros Yo tengo la historia, y al que cuenta estas y otras muchas cosas, Vida de Café, que se esfumó de los anaqueles apenas llegó a las librerías el año pasado. ¿Existirá un solo Ciro Bianchi Ross? Dudo de su unicidad mientras veo que demora una taza de café en un enorme lobby de hotel, allá en Matanzas, donde le acaban de editar este, su ¿más reciente? libro con viñetas que Conrado Massaguer concibió para el futuro, tal vez para acompañar estas vidas de café. 

Entro en Internet y está allí, y en una guía del país turístico, y en las notas de una edición crítica, y andando arriba-abajo por la calle Céspedes Sur, de Sancti Spíritus, y me saluda: «Estás perdido», dice estrechando mi mano en cualquier salón o patio de la isla, o en la pausa que deja una plenaria intrascendente o en una fiestecilla entrañable con amigos comunes y su esposa gentil. En la televisión está, y en La Gaceta de Cuba y en el diario del domingo.

Ciro Bianchi Ross lee y relee por nosotros, que apenas leemos, indica dónde buscar, dónde enterarnos, dónde está precisamente el sitio. Él llegó a cualquier lugar antes que nosotros, siempre. 

 

 

 

Ciro Bianchi: El oído fino y la memoria despierta

Ciro Bianchi: El oído fino y la memoria despierta

Por Nara Araújo

 

Palabras de la Secretaria de la Academia Cubana de la Lengua en la presentación del libro Yo tengo la historia, de Ciro Bianchi Ross. Sala Villena, Unión de Escritores y Artistas de Cuba. La Habana, 5 de diciembre de 2008

 

Al presentar en una edición de clásicos españoles,  La historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo,  Fernando Rico coloca esta crónica en el camino del Amadís, así como de La Celestina y el Lazarillo, obras cumbres de la literatura española. La posibilidad de que la crónica de un testigo de la conquista de América pueda aparecer como “literatura”, se debe al brío del relato, al vigor de la prosa y a la capacidad de Díaz del Castillo de evocar hombres, acciones y escenarios. Lo que en un inicio pretende ser el testimonio verdadero de lo que ocurrió de este lado del Atlántico, y para ello quiere atenerse a una cronología, alcanza lo literario por las cualidades de la prosa y la capacidad imaginativa del autor-testigo.

Pero entonces, ¿qué es una crónica? Si nos atenemos a las definiciones sobre su  naturaleza, vemos que puede ser calificada como una obra literaria o como un género periodístico; igualmente, como una narración histórica que sigue el orden temporal de los acontecimientos, o como un artículo periodístico sobre temas de la actualidad. Las crónica o artículos que Ciro Bianchi Ross reúne en su más reciente volumen, Yo tengo la historia  se mueve con libertad entre esas fronteras que las clasificaciones al uso han establecido para la crónica. Las suyas no podrían ser catalogadas, en rigor, como crónicas históricas, porque éstas últimas son, sobre todo, aquellos relatos que testigos privilegiados pudieran dejar de las épocas en que vivieron. Siguiendo un orden temporal, se narra en ellas el pasado.

  Tampoco responde, del todo, a la definición de “artículo periodístico sobre temas de la actualidad”, porque las suyas son, básicamente, crónicas-artículos sobre hechos, personajes, y temas que se inscriben en el período de la República (1902-1958). De los sucesos y asuntos que se cuentan, Ciro BIanchi no ha sido el testigo que los presencia (aunque hay algunas excepciones), sino más bien el narrador que recoge en fuentes diversas --orales, escritas, cultas, vernáculas--, aquellas historias que presentan un interés particular. Al seleccionar estas historias el narrador comienza a construir lo que luego será “el relato de un relato”.

  Por estas peculiaridades, Yo tengo la historia, es un volumen de 50 textos que evidencia el “color” del universo fabulado, que el cuentero Ciro Bianchi va armando para brindar a sus lectores, los asiduos, y a aquellos que, como yo, no lo pueden leer cada domingo, los escenarios inéditos y por eso sorprendentes de una etapa de políticos y politiqueros, de sainetes y tiroteos, de teatro bufo y opereta, pero igualmente, una etapa de fundación de una cultura nacional moderna. El atractivo de estas historias no reside tan sólo en los asuntos, en las anécdotas, como en la caracterización de los personajes, en la construcción de una intriga y hasta de un suspense. En ese imaginario, que toma como punto de partida tanto la verdad, como lo que se ha dicho sobre esa verdad --el rumor, el chisme, la leyenda y hasta el mito--, asume un papel fundamental el lenguaje, Ciro Bianchi tiene el oído fino y la memoria despierta, y así sus crónicas, sus artículos, son un arsenal de giros lingüísticos, de expresiones cubanísimas, que le dan un toque de sabrosura y de deleite a su escritura.

Alguna vez Alejo Carpentier dijo que para él, el periodista y el escritor se integran en una sola posibilidad y que esto puede escindirse debido a las modalidades de trabajo y a las modalidades de técnica. ¿Es entonces Yo tengo la historia el libro de un periodista? Sí. ¿Es también el libro de un escritor? Sí. Ciro Bianchi tiene el oído fino y la memoria despierta.

 

Carta a Ciro Bianchi, el hombre que tiene la historia

Carta a Ciro Bianchi, el hombre que tiene la historia

Por Laidi Fernández de Juan

 

La salida de tu libro más reciente, Yo tengo la historia, por ediciones UNION este año 2008 ,  no hace más que confirmar tu creciente prestigio de “ periodista de la costumbre”. 

Antes de comentarte algunos de los capítulos (o mejor, varias estampas que has agrupado muy acertadamente bajo distintos subtítulos) debo hacer algunas consideraciones.

Cuando hace cuatro  años compilé las mejores de todas las Estampas de Eladio Secades, alguien dijo que ese trabajo debiste hacerlo tú y no yo. No le faltaba razón a ese alguien, y lejos de molestarme el comentario, me elevó a la categoría de buscadora de tradiciones, aún siendo yo muy  atrevida para adentrarme en ese mundo, que ciertamente es tuyo. Ahora, cuando recoges cincuenta de tus crónicas de entre todas las que salen con aire de nuevo en cada emisión dominical del periódico Juventud Rebelde, otro alguien (siempre hay alguien mordaz a la vista) opina que publicas con “abrumadora insistencia”.

No creo que los domingos puedan ser  considerados insistentes, ni que abrumes a nadie con tus indagaciones periodísticas. Eres uno de los cronistas más leídos en este momento, y seguramente alguien dirá (confesará más bien) que  persigue tu página con afán domingo a domingo.

En fin,  no hay que hacerle demasiado caso a alguien. Sin embargo, cuando se trata de una mayoría, cuando son muchos los “alguien”, cuando las opiniones coinciden en que Ciro Bianchi es el heredero de un modo de llevar y traer la noticia, entonces sí es atendible el asunto.

Ser heredípeta  es siempre un riesgo. Una condición que suele incomodar porque nunca se está seguro de ser digno legitimario de aquello que se hereda, sea cual sea el modo. De  ahí que no diré que eres simplemente un sucesor. Hay figuras insustituibles, que dejan lo que diría el escritor uruguayo Verzi “un huellón” en lugar de una huella. Me refiero a escritores  como Secades, como Marcos Behemaras, como nuestro querido Héctor Zumbado en ese costumbrismo criollo que muchos añoramos. No, no eres substituto de nadie.

No existe en la actualidad ningún escritor (a) que dedique su talento a estampar la actualidad. Hay cronistas,  analistas, pero no estamperos puros, como fueron esos maestros. Sin embargo, tu libro (que es decir tu página semanal) funciona como una crónica de crónicas, una estampa de estampas, un vuelco al pasado al estilo de Núñez Rodríguez, pero con tu sello propio.

No se trata de establecer comparaciones, sino de ubicar el garbo de cada quien, sabiendo que cada uno de esos consagrados al periodismo nos legaron el brillo de una noticia que pudiera haberse perdido en la desmemoria, o que se tergiversa al paso del tiempo.

Alguien (y vaya con ese alguien) dijo una vez que el chisme de una nación es su cultura, y entiéndase chisme en su mejor sentido. Hablo de la noticia fugaz, del suceso en apariencia menor, de esas pequeñas cosas que conforman el anecdotario nacional. O sea, de la tradición, del detalle que hace patognomónica a una región, a una fecha, o a un personaje determinado.

He ahí, a mi juicio, el tremendo mérito de tus trabajos: No sólo porque nos adentras en un pasado que desconocemos y por el que sentimos gran curiosidad, sino porque al ofrecernos la visión más objetiva posible (incluso con más de una posibilidad, lo cual aporta una honesta indagación que no das por concluida) actúas como un maestro de Historia.

De la historia que no se encuentra en ningún libro académico. Del detalle, de la noticia que nos asombra, de esos sucesos que nunca nos serán evaluados en un examen. Ese genio del humor que también fue  acucioso investigador llamado Will Cuppy nos dejó su monumental obra “Decadencia y caída de casi todo el mundo”. Tardó casi veinte años en escribirlo para no cometer el pecado imperdonable de hacer referencias históricas que luego resultaran erradas. Hoy no puede hablarse de Marco Polo, de Lucrecia Borgia, de Alejandro Magno sin consultar ese libro, plagado de buen humor, de chispeantes comentarios.

No podrá, asimismo, hablarse del origen del periodismo en Cuba, de las primeras impresiones fotográficas, de la génesis de frases cubanas, del carácter controversial de ciertas figuras y del pasado-pasado sin tu libro Yo tengo la historia.

No tengo conocimiento de cuáles fueron tus intenciones, ni interesa demasiado. Lo que realmente importa es el resultado. Quienes deseen conocer lo que los franceses denominan “La petit histoire” que subyace detrás de cada gran acontecimiento, o incluso el suceso en sí, deberán remitirse a tus investigaciones.

Y que venga alguien a decir que abrumas. Que viva tu insistencia, digo yo.

Gracias.

Laidi Fernández de Juan

Diciembre, 2008.         

 

 

Introducción a Estampas habaneras

Introducción a Estampas habaneras

Por Marilyn Bobes

 

Desempolvando anécdotas, costumbres y figuras del pasado reciente y del presente inmediato, Ciro Bianchi Ross se ha convertido en uno de los periodistas más leídos  y respetados de la Cuba de hoy.

    Su prosa rica, amena y de  altos quilates literarios, constituye, junto a la rigurosa investigación que la sostiene, una de las cualidades de este periodista de pura cepa a quien es imprescindible acudir cuando de develar las esencias de la cubanía se trata.

     Reunidas en este libro aparecen algunas de sus más valiosas viñetas en las que el lector podrá encontrar inauditas revelaciones. El autor adiciona esa aptitud curiosa que lo convierte en inquieto rastreador de  irradiaciones.

    Lo que asombra en Ciro es su prodigiosa capacidad de revivir el pasado comunicándolo con el presente. O de contarnos el presente como memoria futura de una inteligente penetración en lo cotidiano.

   Nada escapa a la agudeza de este cronista, digno heredero de un Eladio Secades que supo, en un tiempo anterior, otorgarnos una tipología y un perfil. Ciro Bianchi Ross  los renueva hoy con un vuelo quizás más alto desde el punto de vista formal, pero con la misma autenticidad.

    Quienes se acerquen a este libro reirán y reflexionarán. Disfrutarán el placer de una lectura que nada tiene que envidiar a la obra de los cuentistas cubanos contemporáneos. Como si  la realidad se transformara en ficción y la ficción no pudiera ser otra cosa que realidad.

    Aquí está Ciro Bianchi en cuerpo y alma y Cuba como un espejo de su periodismo ejemplar.

El cuentero y sus historias

El cuentero y sus historias

Por Nara Araújo

 

Uno de los atractivos de la crónica es su libertad. Libertad de mezclar lo factual con algo imaginativo, el dato con algo de  ficción. La crónica surgió como un género a caballo entre la historia y la literatura, como un espacio de tránsito, cultivado tanto por cruzados como por conquistadores, y frecuentado por grandes escritores, como José Martí. La crónica es un género agradecido: su brevedad atrae, su ligereza, seduce. Por su etimología, la crónica remite al decursar del tiempo, lo cual siempre resulta de amplio interés humano. Pero la crónica, para alcanzar su definición mejor, debe cuidar sus asuntos, aquello a lo cual se refiere, su objeto de atención: ser registro de acontecimientos y memoria de costumbres y hábitos.  Si en ella el lenguaje resulta un eficaz instrumento comunicativo, la lectura de la crónica siempre encontrará a un público ávido y dispuesto.

                      Las crónicas de Ciro Bianchi Ross reúnen esos requisitos y aseguran la fidelidad de sus lectores, que con constancia y devoción siguen sus avatares en  páginas periodísticas. Pero no siempre esos espacios circulan con amplitud, así que poner sus crónicas al alcance definitivo de otros lectores siempre resulta una sabia decisión editorial. Leí con placer su anterior libro de crónicas, Memoria  oculta de La Habana,                                y ahora no sólo he repetido tal disfrute, sino que encuentro la oportunidad de  expresar mi entusiasmo fuera del coto privado. Las cincuenta crónicas incluidas en Yo tengo la historia, son una muestra elocuente del oficio y la constancia de su autor, quien con un nombre y apellidos de antiguas resonancias persas, itálicas y hebreas, es ejemplo de acendrada y raigal cubanía.

               Reunidas de acuerdo con un orden temático, las crónicas que en su momento respondieron a su fecha de aparición, ahora se agrupan  en una estructura que contiene varios tópicos, enmarcados en el período histórico correspondiente a la República, aquella república enmendada (por la Enmienda Platt), como la bautizara otra cronista ejemplar, Renée Méndez Capote. Estos tópicos podrían resumirse en los siguientes: I) los medios masivos de comunicación, y entre ellos: 1) los periódicos -la crónica social, -las fotos, las caricaturas (el Bobo de Abela y el Loquito de Nuez); 2) las revistas (en particular, Bohemia) 3) las novelas radiales, el folletín (y sus autores principales Caignet y Buesa, Iris Dávila, Dora Alonso y Caridad Bravo Adams); II) moral y costumbres: 1) la trompetilla; 2) los cantos populares: la Chambelona 3)  los duelos; 4) las bebidas cubanas: el daiquiri; 5) el juego; III) Figuras de la cultura cubana: Grenet, Carpentier, Pedroso, Carbonell; IV) La vida republicana: 1) la política (presidentes, militares, senadores y representantes); 2) los grandes capitales privados; 3) de bandoleros y de patriotas; 4) sucesos sonados: El Hotel Nacional, el castillo de Atarés; grupos sociales: los chinos y los judíos; 5) los crímenes políticos. 

            Mediante esta selección, el lector asiste a  algunas de las representaciones de la vida republicana, pero la voz del buen cronista  que las pone en escena, no editorializa,  no adoctrina, simplemente deja que los hechos hablen por sí mismos. Algunas zonas le llaman la atención: la historia del periodismo cubano, las figuras de la política, las de la cultura y las del ámbito popular. Sus fuentes residen en una memoria histórica: un anecdotario que obtiene a través de los testigos, pero igualmente, en datos librescos,  en autoridades en la materia de la cual se ocupa: de Fernando Ortiz y Jorge Mañach, a  Esteban Pichardo, Enrique de la Osa  y Adelaida de Juan. Cuidadoso de  la Gran Historia, de aquella registrada y codificada, al autor le interesa también la pequeña historia, la que no está en los libros y la tradición de la ciudad letrada. Y en esa pequeña historia  surgen los aspectos inéditos, originales, de relatos de vida, a veces de leyendas casi, que forman parte de un imaginario colectivo.

             De esta manera, el autor se torna cuentero y se desplaza de la posición del periodista de oficio, lupa en mano, entomólogo, investigador, al del narrador que ensarta sus historias con un sentido del ritmo, de la intriga y del desenlace. En algunas de estas crónicas asoma el relato detectivesco, que combina los entresijos de la vida política con los avatares de los destinos individuales, donde el azar no deja de estar presente. Hay en estas crónicas material novelesco, tanto por lo inédito de ciertas situaciones, como por el orden en que el cuentero las va contando, eso que podría denominarse como  la trama.

                 En ese orden narrativo, en ese procedimiento de dosificación, de encadenamiento, de suspense, reside el atractivo de muchas de estas historias. En otras de ellas   resaltan el diseño de un tipo social,   de  un perfil psicológico, y de aquellos indicadores que son el resultado de la conocida relación entre el Hombre y su Circunstancia, y que apuntan hacia la constitución de una idiosincrasia y de un inconsciente colectivo.  El cuentero incorpora a esos arquetipos a su arsenal de personajes, los estudia, los pone en acción, y les insufla un soplo de vida. Para lograrlo, su lenguaje se adecua en el tono y en los giros lingüísticos a los ambientes en que se mueven. Si estas crónicas de Ciro Bianchi Ross son otro lado de la historia republicana, también lo es el registro idiomático que en ellas se inscribe.

                La República emerge entonces no sólo en sus esplendores y sus miserias, en sus resplandores y sus sombras, en sus arquetipos y en sus figuras, sino que también emerge en su lenguaje. Un inventario exhaustivo de los giros y los cubanismos empleados por el autor sirve a la recuperación de esa zona de nuestra Historia/historia, pero sobre todo, como discurso sonoro que ambienta la vida de los personajes que por ellas transitan. Giros provenientes de los juegos: “salió como bola por tronera”/ “dio un palo periodístico” /”se viró con fichas”/”devolver la pelota”/”tirar bola negra”; y coloquialismos: “terminó como la fiesta del Guatao”/ “llevarse en la golilla”/”dorar la píldora”/”hacer una ponina” /”la cosa está de yuca y ñame”/; “poner la tapa al pomo”/”la cosa está de anjá”, entre otras delicias del español de Cuba.

                      Ciro Bianchi Ross tiene el olfato del investigador, pero también posee el oído del narrador, y esta jugosa combinación le permite construir el escenario republicano de manera que sus historias enseñan, pero también deleitan. Si a esto se le añade la sonrisa de quien escribe, una sonrisa que se asoma de manera persistente, incluso cuando lo que se cuenta está en un momento de “yuca y ñame” (o sea, muy difícil), resulta entonces la lectura un aprendizaje que escapa a la gravedad, a la grandilocuencia o al panfleto. El humor siempre ha sido un excelente medio para desacralizar y llegar a la otra cara del envés. Así, se recupera entonces la sabrosura de una época en alguna medida sabrosa: por amena, entretenida y divertida.

                Una época de sainete donde figuras operáticas como Orestes Ferrara, caricaturescas como Grau, o demoníacas como Batista no son las únicas que animan la vida de la joven nación, en la época fundacional de la post-independencia. El inventario de frases atribuidas a ciertos personajes/personeros de aquellos tiempos a veces suenan a invento o hallazgo narrativo, cuyo origen se ha perdido en el acervo popular, en las canciones, los motes, los apodos, las conguitas y los chistes con los cuales el pueblo resistió y agredió a los poco honrosos gobernantes locales. Pero si no son ciertas han sido bien halladas en estas historias del cuentero Ciro Bianchi Ross.

 

La Habana, 11 de mayo de 2008 

                                                                                             

                                                                                                      

            

 

 

Memoria oculta de La Habana

Memoria oculta de La Habana

Por Luis Sexto 

 ¿Quiere usted saber cómo murió José Lezama Lima, el novelista  de Paradiso, o conocer cuál fue el crimen del siglo en La Habana, o adentrarse en los pormenores del caso de la trucidada de la calle Monte y  además enterarse de duelos y duelistas, y de decenas de episodios que matizaron la vida de la capital cubana en el siglo XX?  Si quiere, busque Las memorias ocultas de La Habana, del periodista cubano Ciro Bianchi Ross. Le garantizo que lamentará que el libro, como toda obra o vida humana, tenga fin y que por ello sea breve.  

Los temas que el volumen explaya y especifica en sus pormenores, en el espacio de 267 páginas, habrán de interesar por sí mismo. Pero, en particular, por su autor.  Ciro Bianchi  ha sido, en los últimos 45 años, uno de los periodistas que cotidianamente, con una aplicación y una seriedad ejemplares, ha sazonado su prestigio con las especias de lo profundo y lo ameno, lo verídico y lo imaginativo.  Nacido en 1948,  Bianchi ha madurado su quehacer en la escuela de los clásicos del periodismo cubano, asimilados en el acercamiento a libros,  revistas y periódicos viejos, o en la relación frecuente cuando algunos de los maestros vivían aún en la primera juventud del discípulo. Por ello, no hay riesgo cuando uno asegura que en su obra  están presentes, bendiciendo al autor, periodistas como Enrique de la Osa, Eladio Secades,  José A. Benítez, Lino Novás Calvo, Pablo de la Torriente, Jorge Mañach… Unos con más evidencia que otros. Todos influyendo, al menos, con sus lecciones de rigor.  

He dicho, en otro momento, que Bianchi por la seriedad de su oficio es un periodista labrado a la usanza antigua. Es decir, siguiendo estilos y disciplinas que honran la veracidad, la síntesis  y la calidad de los enunciados del periodismo. Aunque por fuera vista  ropa ligera propia de un clima caliente como el de Cuba, por dentro lleva el traje y la corbata de aquellos personajes de los periódicos en los 30 y los 40, cuando prosperó nuestro mejor periodismo, el formalmente mejor dotado, el más agudo y polémico.

Lo juzgo claramente: investigar en el pasado para estas crónicas históricas o de sucesos notorios de lo que Miguel de Unamuno llamó la “intrahistoria”, requiere de talento para no confundir verdad y rumor, y para saber sortear el patetismo de viejas gacetillas, juzgando el pasado con una irónica y amable sonrisa.  

En este libro no está toda la memoria oculta de La Habana. Pero uno pulsa las letras de lo pretérito con la sensación de que todo ha sido reciente. Porque el periodista Bianchi busca en papeles, pero también en la memoria viva de viejos testigos. Si nos habla de Hemingway, acude a Gregorio Fuentes,  en algún instante del longevo -aunque  ya hoy difunto- patrón del yate Pilar, donde el narrador de Adiós a las Armas navegaba tras las agujas de la Corriente del Golfo.

Me falta decir que el autor de Memoria oculta de La Habana pose la varita mágica del olfato. No existe periodista sin la capacidad de intuir qué es lo interesante y dónde se encuentra. Bianchi se destaca, en particular, por su carisma de entrevistador. ¿Habrá otro como él entre nosotros? Por esa razón,  entre sus libros sobre García Lorca, Hemingway, y otras figuras, sobresalen entrevistas como Voces de América Latina y Oficio de intruso, donde dejó la  prueba de su vocación entrevistadora. 

Cuanto he dicho, lo creo justo y necesario, como dice un texto del misal católico romano. Y después de haberlo dicho, me siento como el que ha cumplido un deber insoslayable. Los libros suelen defenderse solos después que el autor los libera, cosidos por el lomo con el sello de una editorial. Memoria oculta de La Habana tiene el de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Pero, aunque eso baste para prometer calidad, he recomendado a su autor, porque los libros habitualmente se parecen a sus padres. .    

 

Opinan estudiantes de Periodismo y Comunicación

Opinan estudiantes de Periodismo y Comunicación

«Quiero destacar el trabajo que realiza por Ciro Bianchi por acercarnos a la Historia de una forma diferente. Muchos esperamos con avidez la edición dominical para leer sus comentarios tan interesantes». (Andy Richard, estudiante de Comunicación)

 Desde hace algunos meses tenía en mente hacerles llegar estas líneas. Y
lo hago porque veo muy necesario destacar el trabajo realizado durante
todos estos años por uno de sus mejores columnistas: Ciro Bianchi Ross.
Quiero felicitarle maestro, y agradecerle por permitirnos un acercamiento
a la historia de la Patria de una forma diferente.
Muchos jóvenes como yo y el pueblo cubano en general, esperan con avidez
cada fin de semana la emisión dominical de JR, y ahí la sección
Lectura,para leer sus comentarios tan interesantes.
Nunca cese en su empeño de realizar tan importante labor.
Andy Richard, estudiante de Comunicación, Universidad de La Habana.

 

«Quiero agradecerle por sus Lecturas dominicales (Ciro Bianchi), las cuales ojalá contribuyan a que los jóvenes de la Isla se sientan más orgullosos de su bandera, de su nación... Creo que si no ha sido mayor la pérdida de valores es gracias a nuestras poderosas raíces y a nuestra rica historia... Admiro su manera de narrar en pequeñas historias lo que hoy conocemos como cubanía, lo saludo y aliento para que continúe usted con su labor. Estoy seguro de que se le recordará como alguien que con sus “trovas”, como me han dicho a mí, ha contribuido al fortalecimiento de nuestras tradiciones». (Davis Brito, estudiante de Comunicación Social

Tertulia sobre periodismo cultural

Tertulia sobre periodismo cultural

Jesús Dueñas (Radio Habana Cuba)

La tertulia sobre periodismo cultural, celebrada este jueves en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), devino cálido homenaje al ilustre escritor y periodista Ciro Bianchi Ross por sus cuarenta años de feliz matrimonio con la prensa caribeña. En ese contexto festivo, Jaime Saruski, Premio Nacional de Literatura, Leonardo Padura, laureado escritor y periodista, y Norberto Codina, director de la Gaceta de Cuba, órgano de la UNEAC, se refirieron al fecundo quehacer intelectual del también periodista de la revista Cuba Internacional.   Para Jaime Saruski, las crónicas dominicales publicadas por Ciro Bianchi Ross en el diario Juventud Rebelde equivalen a "manos piadosas" que cubren los "agujeros negros" de la memoria histórica del pueblo cubano, mientras que, para Leonardo Padura, el homenajeado es un genuino representante de la "época de oro" del periodismo literario en la mayor de las Antillas. Y un profesional de la prensa alejado de los estereotipos y responsabilizado no sólo con la historia y la cultura caribeñas, sino también con la esencia de la cubanía.   Norberto Codina calificó a Ciro Bianchi Ross como un excelente entrevistador y cronista que domina a la perfección el arte de comunicar y comunicarse con el lector, para establecer esa "relación mágica" entre la fuente y el receptor, porque en su obra escrita literatura y periodismo se funden en amoroso abrazo.   Por último, los colegas que participaron en esa animada tertulia le formularon varias preguntas a Ciro Bianchi Ross, quien contó chispeantes anécdotas relacionadas con  la noble profesión a la que se ha entregado en cuerpo, mente y alma durante cuatro décadas, ya que, para él, el ejercicio periodístico es fuente nutricia de ética, humanismo y espiritualidad. Reportó: Jesús Dueñas Becerra, para Radio Habana Cuba.